domingo, 26 de julio de 2015

DOSTOIEVSKIANA

Como aún (soy optimista) no renuncio a escribir minicrocrónicas de mi reciente (y aún soñado) viaje a Moscú y San Peterburgo, de momento anticipo sólo unas imágenes.
En San Petersburgo, en el Museo de Dostoievsky, ¡diana!, pues me encontré, a la vez, con estas dos figuras (reales, aunque parezcan estampas.
Esta pertenece  a una guía externa, que lideraba a un pequeño grupo de adeptos (así pude comprobarlo, en el recorrido) y que, salvadas las distancias... me parece muy ad hoc, pese al aire psicodélico.


Ahora bien, si bien la anterior figura me dio que pensar (porque la vi en movimiento y la seguí), lo que me tumbó fue esta otra ... la de la guardiana-burócrata....absolutamente  imperturbable. Así la encontré al entrar, y así quedaba cuando me marché.



Y es que ya había deambulado por el San Peterburgo de Dostoievsky. Pero es otra historia.

Únicamente autentificados como pertenecientes a Dostoievsky, este sombrero:








jueves, 16 de julio de 2015

LENINGRADO / SAN PETERSBURGO

"Celebro que te lo pases bien en Leningrado", me respondió mi hijo mayor (cuyo nombre de pila, por expreso deseo de él, no puedo poner aquí por aquello de los rastreos y bla bla bla... como sabéis), al mensaje que le envié desde...


Antes, había estado en Moscú, pero la ciudad y su mundo me arrastró. Volveré, sin duda, con mucho más tiempo (si no energía). Porque la dilapidación/destrucción allí ha sido la regla. Y hay multitud de espacios inaccesibles... no sólo por las distancias a recorrer entre un punto y otro sino porque están muchos de esos espacios inhabilitados (en reconstrucción). Aún así, con el tiempo, hablaré de algunos.


En cambio, en Leningrado/San Peterburgo... todo resultaba de una dimensión abarcable para una casi sexagenaria.
Quizás algún día llegue a escribir MI CUADERNO DE RUSIA. Porque hay infinidad de relatos, de cuando "el viaje a Rusia" era casi un imperativo. Y de esa época (años veinte, treinta o siguientes) he leído desde a nuestra Sofía Casanova (¡Qué vida novelable para los carentes de prejuicios!) o Fernando de los Ríos a Joseph Roth y Chatwin.
Al regresar, devoré todos los textos traducidos... Marché a las librerías, hice acopio de una docena de libros y ahora leo la Memorias de Nadiezzhda Mandelstam, Contra toda esperanza (Acantilado, 2012)

Portada Contra toda esperanza
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Hablaré de este libro, sin duda (múltiples entradas, quizás). De momento, una frase:

ERA EL PERIODO EN EL CUAL AVENTABAN LAS CENIZAS DE LOS MUERTOS


jueves, 9 de julio de 2015

SATISFACCIÓN

A instancias de un amigo, me inicié en la crítica literaria muy a finales de los años 80 en el suplemento de El Norte de Castilla, dirigido entonces por José Jiménez Lozano. Era un ejercicio libre, que me permitía pulsar lo que quisiera, y sobre todo, mantener activa la pluma entre trabajos de más largo alcance. Hablaba entonces de libros muy dispares: desde los diarios de Dhiaguilev, una biografía de Joyce, las memorias de Concha Méndez, el ensayo El polen de ideas, de Darío Villanueva o  la novela de un escritor novel, Manuel Díaz Luis, Las aguas esmaltadas.


“A juzgar por los primeros y las hambres, yo diría que soy escritor”, decía en la solapa de la novela este joven que moriría prematuramente. Por eso ahora celebro la recuperación de esa novela por parte de un editor joven, Fabio de la Flor, en su exquisita editorial DELIRIO.

Nosotros venimos a serle de San Andrés de la Sierra, del sur de Salamanca, de la parte que dicen Sierra de Francia, entre Santo domingo y San Muriel, en la ladera misma del monte de la Quilama [...] San Andrés ronda las cuarenta casas, unas mejores, otras peores, pero todas limpias y bien encaladas, a la sombra de la iglesia, que está encima mismo de un ribazo, vigilándolo todo, como un guarda forestal. Las casas todas agachadas en la vaguada, al pie de la ladera.

Este es el escenario de los fragmentos de vidas que Manuel Díaz Luis (Salamanca, 1956) encierra en las páginas de su novela, estructurada en 33 secuencias muy breves en su mayoría, en las cuales se combinan el relato y la anécdota con las escenas dialogadas. Un narrador cuyo perfil va dibujándose poco a poco sin llegar a adquirir rasgos destacados, pues al autor le conviene la pseudo-anonimia que así, algo borrosa, resulta más integrada en el friso colectivo, cuenta a un no menos borroso interlocutor las historias acontecidas en un tiempo lejano y casi legendario, próximo a aquel “año de las lluvias”, cuando él y los otros muchachos andaban “por los doce o catorce”.

La novela arranca del ámbito de los adolescentes –los liderazgos, las pandillas, las maldades de Julio Burrablanca, la patética historia de Julio Cagaleras... y, poco a poco, los personajes y sus historias van apareciendo ante el lector levemente engarzados, como las cerezas. Así, unos personajes arrastran a otros y entre todos pautan los momentos del vivir.



En Las aguas esmaltadas Manuel Díaz Luis trazó un vivo cuadro de la España rural en el que tienen cabida las costumbres primitivas, las supersticiones y tradiciones, el atavismo, la brutalidad y el absurdo, los instintos primarios y feroces, la crueldad, y también las creencias y valores de estas gentes, la naturaleza y el amor.


Quiero reivindicar esta novela después de los aspavientos que buena parte de la crítica y del periodismo cultural aireó recientemente a raíz de EJEM, ejem...