sábado, 10 de mayo de 2014

KASSEL en LA ALCARRIA

No invita a la lógica llevarse el Viaje a la Alcarria de C. J. Cela a Kassel, y quizás tampoco es muy coherente llevarse Kassel no invita a la lógica (la última novela de Enrique Vila-Matas) a La Alcarria, en concreto a Sigüenza, donde ¿descansé? esos días post abrileños.
Pero tales cosas suceden, en la literatura y en la vida real (respectivamente).


                              
Aunque ahora que lo pienso... quizás sí resultó un acierto, porque si uno de los temas medulares de la novela (o leit motif de múltiples significados) de Enrique Vila-Matas es "las afueras de las afueras", he de confesar que yo me sentía en ese exacto lugar, sólo que sentido más en su dimensión temporal que espacial.
En cualquier caso, compartía también la experiencia del viaje, del paseo o el merodear, tan central en la novela europea de Vila-Matas como en mis días perdidos por la Alcarria.
Porque más allá de todas las miradas (y reflexiones) sobre el arte contemporáneo que encierra este hermoso libro, no debemos perder de vista que Kassel no invita a la lógica es un espléndido asedio al presente, abordado desde ese particular punto de vista, que no es precisamente menor. Ni mucho menos elitista.
Es, sencillamente, un núcleo, "la parte más externa y que sirve de sostén a ciertas cosas" , "la parte en que está más concentrada la cosa de que se trata y de la cual irradia o se comunica a otras"; en definitivaa, la almendra o semilla, como nos lo define María Moliner.




Y por eso desde allí, desde ese núcleo metaforizado en la cabaña ¿ficticia? en la que se recluye a ratos, el autor puede pensar Europa, y desde luego España, y también Cataluña.
Y sobre todo, puede desarrollar un tema fascinante, el monográfico de la Documenta, "Colapso y Recuperación".
Asisto últimamente muy perpleja al repentino fervor galdosiano de algunos novelistas... He quedado extenuada de lecturas insustanciales que son simples glosas a reportajes o crónicas hiper repetidas de lo mismo. Por eso, capítulos como éste de Kassel no invita a la lógica me atrapan y me obligan a releer y pensar.
Que es de lo que se trata. Para no quedarnos del todo insensibles o... ¿idiotas?





Pongo por ejemplo, el capítulo 33, donde se prueba que  "arte y memoria histórica eran inseparables". Y que cualquier actividad ligada a la vanguardia "no debía perder de vista nunca el lado político".

        Capítulo 33
Por un momento incluso creí ver al impulso invisible cruzar por la zona, deslizarse por entre aquella comunidad de desconocidos sentados en mitad del bosque. Y recuerdo que pensé en los esfuerzos de las revoluciones populares por darse a conocer, mientras que en cambio los grupos sigilosos, como aquel del bosque de Kassel o bien los que se formaban en guerrillas ocasionales, jamás habían tendido a ser fotografiadas o a dejar huella. Y me acordé de Sebastià Jovani, escritor de Barcelona, que decía que la revolución y el pueblo generaban postales y todo tipo de souvenirs, mientras que la guerrilla y el grupo espontáneo en lucha clandestina, todos los grupos volátiles, situacionistas según como se mirara, generaban en cambio afectos, sensaciones comunes que no requerían un marco en la pared. Y decía también Jovani, si no recordaba mal, que cabía preguntarse quién realmente desearía tener un urinario firmado en el salón de su casa. Quizás en esa pregunta no podían sintetizarse mejor las diferencias entre arte exhibido en los museos y arte sin hogar ni rumbo, arte de la intemperie tan visible en Kassel en más de una instalación. Un arte de las afueras. O de las afueras de las afueras. Como el de Huyghe, con su humus y con su perro de pata rosa, con su remoto lodazal donde no había organización, ni representación, ni exhibición, aunque sospechaba yo que allí las cosas estaban más conectadas entre ellas de lo que parecía.
Y mientras pensaba en todo esto, me fui dando cuenta de cómo aquella silenciosa revuelta del espíritu se estaba incluso poniendo en movimiento, lo estaba haciendo en aquel preciso instante, y dejaba ver, literalmente en directo el deslizamiento casi imperceptible y misterioso que estaba haciendo que todos de repente rejuvenecieran allí mismo. 
Me recordó esto a aquel episodio de la Recherche de Proust en el que se veía a miembros de la antigua aristocracia haciendo muecas en un salón de París, envejeciendo allí mismo, momias de sí mismos.
Durante un rato, no paré de mirar a mi alrededor y me pareció ver que aquel intento de la música por recuperarnos del colapso era muy afortunado porque chocaba frontalmente con la idea de peregrinaje, símbolo de la muerte que Schubert había situado en el centro de aquel Viaje de invierno que oíamos todos allí en retraído silencio, dejándonos asaltar por la soledad de cada uno, soledad que se extendía sin tiempo en la luz crepuscular del reflejo del sol entre las nubes, y lo hacía como en la pesadilla que yo más temía, una en la que yo sabía que siempre corría el riesgo de acabar viéndolo todo invadido por escarcha y naturaleza muerta. 
La muerte estaba frente a nosotros como lo estaba el pájaro que cantaba en aquel momento filtrándose en competición desigual con la música de Schubert. La muerte no engañaba y estaba allí bien visible, pero era admirable el esfuerzo y resistencia general por no sucumbir a su temible canto asesino. El instante lo recorría serenamente la brisa imperceptible y sin embargo a cada momento más potente, quizás porque era una corriente que apostaba por la vida. De hecho, los conjurados del bosque parecían estar haciéndose cada vez más fuertes en el silencio. Aún así, mi inquietud no parecía ir camino de difuminarse tan fácilmente. Había destellos de vitalidad en el grupo emboscado, pero cierta desazón íntima seguía sin perder intensidad. Recuerdo bien las circunstancias de aquel momento, la verdad es que aquella fugaz angustia inesperada la rememoro siempre con matemática precisión: estoy en el bosque y me pierdo mentalmente en un entramado de espesura y oigo el grito de una zumaya en la zona que colinda con la floresta, y luego ya nada, absolutamente nada; salgo a la explanada y veo que Europa es una extensión sin vida, y entonces, aceptando que el albor de la mañana se haya transformado en noche cerrada, me parece percibir que una canción se deja oír en la lejanía; la aprendí en la infancia y vuelve de vez en cuando, sobre todo ahora que envejezco; es una canción que me trastorna porque dice que no hay escapatoria, ya que para salir del bosque tenemos que salir de Europa, pero para salir de Europa tenemos que salir del bosque.


Como tampoco se puierde de vista aquí que la literatura "comprometida" no equivale a ramplonería.
Porque páginas como éstas nos invitan a 
LEER, LEER LEER... MÁS ALLÁ DE............
Feliz elección!

1 comentario:

  1. La leí este verano, me gustó muchísimo. Como todo lo de Vila-Matas.
    Acabo de descubrir este blog, me parece interesante. Lo iré siguiendo.

    ResponderEliminar