miércoles, 26 de febrero de 2014

ANTONIO MACHADO x DÍEZ-CANEDO

Estos días se celebra el 75 Aniversario de la muerte de Antonio Machado.
Dado que cuando ando inmersa en proyectos absorbentes, mis lecturas se reducen considerablemente, a menudo recurro a los libros de artículos o al ensayismo literario (entre otros géneros).
Y por eso quiero recordar a  Enrique Díez-Canedo: Desde el exilio. Artículos y reseñas críticas (1939-1944), publicado en Sevilla, Editorial Renacimiento (col. Biblioteca del Exilio), 2010.


El trabajo -la edición, el estudio introductorio, la selección de los textos y las notas correspondientes- se lo debemos a Marcelino Jiménez León, joven hispanista y estudioso de Díez-Canedo, figura imprescindible de nuestro panorama intelectual del llamado periodo de entreguerras.
Aparte, gran traductor.
Lo saben mis alumnos de antiguas ediciones del Máster, porque Díez Canedo fue quien tradujo el fundamental ensayo de Turgueniev sobre Cervantes (del que tratamos en clase, parece mentira!)


“Antonio Machado. Poeta español” (Taller, mayo 1939).

“Oyendo a Mairena en su crítica del barroco literario español, pa-ra explicar a
Martín, nos parece escuchar la voz restrictiva de An-tonio Machado. Así como ante el
concepto metafísico de un Dios, ser absoluto, fuera del cual está la nada, como creación
divina, co-mo pura sombra, pensamos oír, prolongada, la voz del poeta autén-tico en sus
versos tan conocidos:

Anoche, cuando dormía,
soñé ¡bendita ilusión!
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.




La poesía de Antonio Machado, y, desde luego, la de Abel Mar-tín, se acercan
por aquí al concepto religioso de que brota la poesía de Miguel de Unamuno, y ya no
nos extraña que al apuntar la es-casa simpatía del poeta apócrifo por el sentido erótico
de nuestros místicos, "a quienes llama frailecillos y monjucas tan inquietos co-mo
ignorantes" diga el comentador auténtico que "comete grave injusticia mostrando escasa
comprensión de nuestra literatura mís-tica, tal vez escaso trato con ella."
La prosa de Mairena o de Machado, que en las páginas atañederas a Abel
Martín, y singularmente en algunos pasajes, como el de la “Máquina de trovar” o en el
de las “Coplas mecánicas” trae a la memoria, en su nuevo apresto, la “Filosofía de la
composición”, en que Edgar Poe desmonta pieza por pieza todo el mecanismo
del “Cuervo”, es prosa que "vale bien sus versos". Así la de los meses últimos, que
prolonga, en la Hora de España, la actitud nobilísima de su espíritu entre los horrores
de la guerra. El poeta, que supo vivirla, en un instante de meditación oponía este pensar
al proverbio latino “Si vis pacem para bellum”: "Más discreto sería inducir a los
pueblos a preparar la paz, a apercibirse para ella, y, antes que nada, a quererla, usando
de consejos menos paradójicos. Ejemplo: Si quieres la paz, que tus enemigos no deseen
la guerra; dicho de otro modo: procura no tener enemigos o, lo que es igual: procura
tratar a tus vecinos con amor y justicia".
La noche y el aire hostil, en la frontera adusta, ajena al amor y a la justicia,
cortaron la existencia de Antonio Machado, tal vez para ahorrarle nuevos dolores, o tal
vez porque ya los había apura-do todos” (pp. 106-107).



jueves, 20 de febrero de 2014

LECTURAS NO OBLIGATORIAS

No me cuento entre quienes denostan lo de "lecturas obligatorias" cuando se presenta el programa de un curso, en base a una supuesta contradicción entre ambas palabras. Quizá porque entiendo el adjetivo como sinónimo de imprescindibles, elementales, insoslayables, básicas... o transversales (por ponernos à la page).
Pero es el caso que me declaro adicta a las  LECTURAS NO OBLIGATORIAS de la poeta polaca (¡y Premio Nobel de Literatura en 1996!) Wislawa Szymborska.
    
                
Aquí ya he hablado de alguno de sus anteriores libros o entregas: Lecturas no obligatorias, Más lecturas no obligatorias... todos editados en Alfabia. Ahora nos llega la tercera recopilación: Siempre lecturas no obligatorias.
¿Que por qué me gustan?
Porque sus reseñas (pues de eso se trata) son una especie de pequeños relatos o historias. Tal es su talento y sutileza a la hora de contar o transmitir al lector la experiencia de enfrentarse a libros muy dispares, que pueden tratar de la historia de Etipopía, de la bioacústica, de la mujer en tiempos de las cruzadas, de música, de los ritos amorososo del XIX, de la fisiognomía de los escritores, de las mariposas (sin efecto), de la cocina del lejano oriente, de los castillos y sus misterios, de la historia pop del cine... Y por supuesto, de muchos autores, no sólo polacos... Aquí nos habla de Paul Valèry, de Dickens, de las Odas de Horacio o de los Epigramas de Marcial, George Sand, Goethe.... y de otros genios: Gustav Klimt, Einstein, Dalí...

                             
  
Y todo ello siempre acompañado de un humor que es signo de inteligencia (¿distancia?).
Por ejemplo, y para ceñirnos a lo más nuestro, estas líneas (porque debemos convenir en que es difícil de explicar lo acontecido la pasada temporada) referidas a Dalí (del que prefiero su faceta de escritor, en conjunto):
.... había artistas no menos excelentes que él, creadores de obras extraordinarias. Chirico, Ernst, Magritte... Los cuadros de Dalí, en especial sus obras más conocidas, me parecen sobrecargadas y las miro con un ojo aquí y otro allá. No sé, prefiero a Magritte. es más riguroso, sus conceptos son más modestos y, gracias a eso, exige mayor concentración. Dalí me recuerda a esos jóvenes poetas que creen que cuantas más metáforas hay en un poema, mejor es este..."

Son este tipo de conclusiones (epifanías), tan sencillas como lapidarias, tan ajenas a la retórica de la ciencia de la literatura, las que me arroban en las lecturas de esta gran mujer.

P.D. Hubo ocasión de comprobarlo/contrastarlo en la muestra de "El Horizonte" que se exhibía en la Fundación Joan Miró.


lunes, 10 de febrero de 2014

TREBLINKA



A veces es difícil saber qué instinto o capricho o causa nos lleva a elegir una lectura frente a las muchas ( o varias: no seamos soberbios) posibles.
Hablo de elegir y acertar; de seguir leyendo tras las primeras 30 páginas, lo que en ocasiones no sucede.
Pero es lo cierto que puede pasar que, contra todo pronóstico, la elección que a priori tenía menos posibilidades acaba abriéndose camino...
Así me ha sucedido estos días..., vencida por una gripe muy agresiva, en la que me acompañó el relato REAL de Chil Rajchman, un joven judío polaco (nacido en 1914: ¡Centenario!) que en octubre de 1942, junto con su hermana, fue deportado a Treblinka, el nuevo campo de concentración pensado exclusivamente para el exterminio irremisible de los judíos que llegababan desde varios puntos de Europa:





Redactadas en yidish, estas memorias (más bien un diario exento) permanecieron ocultas durante años, y sólo se publicaron tras la muerte del autor, en 2004 (en Montevideo, adonde logró exiliarse).

Empecé a leerlo sospechando demasiadas cosas....
Y sin embargo, me atrapó el "estilo": una especie de despojamiento, de asepsia notarial que se limitaba a dar cuenta, a constatar, a consignar o documentar... los hechos, los múltiples engranajes del horror en su inviolable sucesión. Sin adjetivos. Sólo el recuento o la crónica de hechos: esta tarea y después la otra, y luego, y  finalmente.... Y la visión total de alguien que, por sobrevivir, se adelanta o desvía respecto a...


 

Tras el testimonio, un epílogo de Vasili Grossman. Un texto demoledor, porque confirma y legitima y da altura o solvencia teórica a.... ¿eran sólo impresiones?





En !914, Chil Rajchman nació en Lód´z  (Polonia).

sábado, 1 de febrero de 2014

LUCIANO G. EGIDO



A la sorpresa inicial, le siguió una inmediata estupefacción. Resultaba que en mis manos tenía un librito de esos que tanto me encantan pero que yo no había visto nunca en ningún lugar. El librito se titulaba Libre Indirecto, y estaba firmado por Luciano G. Egido.
Luciano Egido es uno de mis escritores favoritos. Quizás no es difícil consignarlo como tal. No consta en las historias de la novela contemporánea. Acaso porque empezó a escribir fuera del tiempo: es decir, después de muchos años de que quienes podríamos considerar como autores generacionales lo habían hecho. Sin embargo, estuve atenta a esa nueva voz y compruebe que, sin duda alguna, pertenecía a la mejor estirpe de nuestra narrativa reciente.
No conozco personalmente a Luciano G. Egido. Sí he tenido el privilegio de poder ocuparme, en mi condición de crítica literaria, de algunas de sus novelas. Es imborrable el recuerdo de “El amor, la inocencia y otros excesos”

                  

Como también lo es la lectura de Túneles del paraíso.
              
                       

Pero lo que ahora quería destacar es la recepción de este librito, en edición no venal, cuya portada la abre un elocuente  S.O.S., seguido del no menos revelador texto:

Tengo 85 años y empiezo a alarmarme. Dentro de la necesaria política de austeridad económica, impuesta por los mercados internacionales, el Gobierno español, obligado por las directrices de la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, y a propuesta del Ministerio de Empleo, oídos los preceptivos informes técnicos de los Ministerios de Hacienda y Economía y el apoyo logístico del Ministerio de Sanidad, y con el firme propósito de favorecer y estabilizar el desarrollo económico del país, cumplir los objetivos del déficit presupuestario y salir de la crisis, promulgará un Decreto -Ley, de urgente tramitación, sin pasar por las Cortes, dada la perentoria necesidad de su aplicación, que aconsejara, sin excepción alguna la progresiva supresión de los españoles mayores de 80 años, escasamente productivos, potencialmente no consumistas y carga onerosa para el revisable sistema de la Seguridad Social. Si bien, como es habitual en las decisiones de este Gobierno y su conocido signo social, se les dará a los beneficiados la posibilidad de elegir entre dos opciones: la inyección letal, incolora, aséptica, de inmediato resultado garantizado o la consunción lenta por hambre, con sus indeseables efectos colaterales. El Gobierno espera que los afectados comprendan la ineludible obligatoriedad de esta medida y acepten gustosamente su generosa colaboración, en aras del bien común, que es el objetivo marcado por este Gobierno, en bien de todos. Cuenta, además con el Visto Bueno de la Jerarquía Eclesiástica, que se congratula de que un alto porcentaje de fieles pueda adelantar su encuentro con Dios, con la conciencia del alto valor de su gesto de solidaridad cristiana, que Dios se lo pagara. El Gobierno, que es veraz se ha comprendido su proyecto, calcula que ahorrara, en beneficio de todos los españoles, que es su meta irrenunciable, unos 5000 millones de euros, imprescindibles para la continuidad de la patria.


           

Todo esto viene a cuenta a propósito de que estoy leyendo la última novela de Luciano G. Egido, Tierra violenta, de la que hablaré en Babelia, próximamente.

De momento, una invitación a LEER, LEER, LEER…..

                                        Túneles del paraíso (TUSQUETS, 2009)
En la segunda mitad del XIX,  abundan las crónicas que narran la inauguración de tal o cual tramo de la red ferroviaria española firmadas, entre otros, por Alarcón y Bécquer. Eran, por lo general, loas y apologías escritas desde la esperanza de que el nuevo medio de transporte –de mercancías, gentes e ideas- contribuyera al desarrollo y enriquecimiento del país, redimiéndolo de su secular atraso. En Los túneles del paraíso, Luciano G. Egido relata la construcción del doble ramal que lleva de Salamanca a la frontera portuguesa, entre 1882 y 1884. Y lo hace alternando una pluralidad de perspectivas y de voces narrativas que en su conjunto constituyen un feroz asedio a lo que dicha epopeya tuvo también de tragedia, drama y realidad humanas.
Junto al dato y el encuadre histórico (incluido el fausto inaugural), Egido traza poderosos cuadros de los trabajos y los días de aquellos cientos de carrilanos que llegan allí “como salidos de las páginas de una turbia historia” y sobreviven o perecen en un verdadero infierno dantesco; perfila la tipología de aquellos hombres procedentes de todos los rincones de España –barrenadores, albañiles, peones, burros de carga-; describe las pésimas condiciones en que viven y trajinan; cuenta las rencillas entre los más viejos y los recién llegados y entre los obreros y los lugareños que los hospedan y exprimen o con los capataces que los humillan y ofenden. De esa tropa amorfa, el autor destaca unos cuantos que representan el variado paisaje social de aquellos años y que protagonizan episodios o sucesos -brutales y bárbaros, la mayoría- que animan y tensan este espléndido mural y que propician la llegada de nuevos personajes. Así, el asesinato del capataz Higinio exige la presencia de un juez de Primera Instancia cuyo ideario krausista choca de frente con los intereses de los dueños de la compañía, partidarios de una lección expeditiva y ejemplar que dejan en manos de la Benemérita. El brote de una epidemia de cólera y la virulencia con que se expande exige reforzar al médico local trayendo a un catedrático de Salamanca que imponga su autoridad en defensa de la salud pública y en contra de los intereses privados. Un joven ingeniero idealista que le escribe con regularidad a su amada Amalia, al hacer balance de la obra –veinte túneles entre masas graníticas y nueve puentes de complicadas estructuras, en los diecinueve kilómetros del tramo-, siente orgullo por el triunfo de la voluntad –“sé ahora que los hombres somos capaces de todo, contra el destino y la adversidad”-, pero también pesar y desazón -porque todo se podría haber hecho mejor, evitando tanta muerte-, dudas sobre los beneficios futuros, y una única certeza: “Hemos contribuido a aumentar el odio y la crueldad de este mundo en cantidades ingentes”.
Los túneles del paraíso se abre con una espeluznante ronda de voces que sube desde el infierno y se cierra con la orden ministerial de 1984 que acuerda suprimir el tráfico de viajeros y mercancías. Le siguen unas páginas elegíacas, no menos soberbias que cuantas las preceden: “Las vías se fueron acostumbrando al silencio y siguieron mostrando su inútil disponibilidad, los túneles ofrecieron sus bocas negras  como un acusación implícita y se poblaron de murciélagos asustadizos […]. Los muertos pudieron pasearse, para estirar las piernas, por aquel camino sin destino, por aquellas vías sin utilidad, atados al paisaje donde fueron felices alguna vez y desgraciados casi siempre”.