miércoles, 20 de febrero de 2013

LA ESPANTÁ

Llega un nuevo documento, firmado por el médico canadiense Norman Bethune, voluntario brigadista, de la tragedia sucedida durante la evacuación de la población civil de Málaga, en febrero del 37, que fue una auténtica carnicería, atrapados como quedaron cientos de miles de personas a lo largo de 200 kilómetros (por la carretera a Almería) entre el mar (desde donde les lanzaban cañonazos) y la montaña (bajo los bombardeos alemanes). Los testimonios del doctor Bethune están ahora editados por la editorial Pepitas de Calabaza, con el título Las heridas.
Yo había leído numerosos testimonios, pero es como si cada nuevo relato intensificase lo ya conocido, que tiene una de sus cumbres en dos cuentos de Max Aub y Chaves Nogales, entre otros).



Quizá por ello, cuando en mi novela El pulso del azar hube de reconstruir ese episodio, opté porque mis personajes siguiesen otra ruta; aun así, van recordando el horror, cuando, ya refugiados en Barcelona, saben del bombardeo de Guernica (del que sí se ha hablado mucho): Reproduzco el final de la escena coral:



 -En cuatro días llegamos aquí y enseguida nos acogieron –añadió, expresando a continuación su gratitud. Luego empezó a frotarse una mejilla, preocupado-. Y ahora vendrán un buen puñado más, calculo, porque también será grande la espantá por allí, hacia Bilbao…
     Y de nuevo empezó Rafael a recordar la agonía de la ciudad y el éxodo del pueblo malagueño, un relato inacabable punteado de espesos silencios conforme se acercaba al dramático desenlace de aquella retirada apocalíptica, la primera de las muchas otras que se irían sucediendo en un imparable goteo: más de doscientas mil personas huyendo hacia Almería por la carretera de la costa, mezclados tropa y población; los automóviles repletos de personas iban muy despacio, al paso de los burros, cargados de niños y de viejos y de enseres domésticos; la masa se desplazaba a pie, con sus hatillos de ropa y sus cestos y canastas, arrastrándose por una carretera polvorienta: a la derecha, el acantilado que caía a pico sobre el mar; a la izquierda, un terraplén donde era imposible refugiarse de las bombas y la metralla. Días y noches sin cesar el fuego: desde el mar, desde el aire. Fue una matanza. Cincuenta mil cadáveres pudriéndose en aquella carretera.

Málaga arada por la muerte
y perseguida entre los precipicios
hasta que las enloquecidas madres
azotaban la piedra con sus recién nacidos.
Furor, vuelo de luto
y muerte y cólera…


   Neruda tenía razón en el poema que les dedicó a las tierras ofendidas: nada, ni la victoria borrará el agujero terrible de la sangre: nada, ni el mar, ni el paso de arena y tiempo, ni el geranio ardiendo sobre la sepultura.
                                 

3 comentarios:

  1. Otra coincidencia, pero de otro signo, porque estoy preparando una entrada que se titula "por malagueñas". El contenido nada tiene que ver con el de esta tuya, pero Málaga es la protagonista.

    Recuerdo ese episodio en tu novela. No voy a decir que es uno de los más emotivos, pero la larga conversación con la familia (¿cómo decir, evacuada, exilida, expulsada...? huída, mejor huída) es antológica

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  2. Gracias,querido.... Uno de tus escritores admirados (y míos) me dijo no ha mucho que la entrada de los malagueños ( al llegar al piso de refugiados ees muy poderosa. Ya me vale, para seguir... fantaseando. Un beso!

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  3. Me ha encantado. Yo también tengo una novela que toca el tema que me encantaría comentarte. Menudo revuelo he ocasionado en el facebook de fotos antiguas de Málaga. Es que tantas procesiones y legionarios me resultaban demasiado parciales.

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