lunes, 29 de octubre de 2012

PRET-À-PORTER

Cuando mi madre decidió "trasvasarnos" a Barcelona, ya próximas las fechas navideñas, al poco de llegar necesitábamos imperativamente  ir de compras...  Y entonces se imponía ¡El Corte Inglés!

Fue allí donde por vez primera leí aquel enigmático rótulo -Pret-à-porter-, que a mi madre, sin embargo -y pese a su declarada francofilia- no pareció importarle demasiado porque ella siguió diseñando mis vestidos, según había hecho hasta entonces.







La niña creció. Y un verano, todavía bajo la tutela materna, en que se planeó un largo viaje familiar por el Sur, mi madre diseñó e hizo confeccionar un vestido "práctico": debía ser ligero y poder "enjuagarse" fácilmente en el hotel a fin de tenerlo listo enseguidita.
¿Os acordáis de Aida Lafuente y "ese vestidín tan guapu..."?


Ya conté aquí que la memoria familiar había rendido homenaje a "la rosa roja" de la Revolción de Asturias del 34, y que una de mis primas se llama así, Aida.
Eso sí, tardé tiempo en saber por qué, al igual que tardé en descubrir la fuente de inspiración del modelito que yo lucía en el caluroso verano del 71 (creo).


     



¿Sería cosa del azar?
(Porque algunos sesudos sostienen que no hubo memoria de nuestra Guerra Civil.)
Y sin embargo, yo juraría que... en el modelito de mi mami había memoria y tributo.
Puedo asegurar, eso sí, que al cabo de muy poco tiempo -¡sin necesitarlo!- me agenciaba canguros y clases particulares para comprarme una colección de pantalones de pana y vaqueros y prendas negras (que eran las que no estaba dispuesta a comprarme mi querida madre).
Aun así, le rindo homenaje en un personaje de mi última novela, que en la Barcelona del verano del 35 se pirra con el traje-pescador que se había puesto de moda en ambientes bohemios:


                             


En rigor, no todas las piezas y objetos seleccionados eran necesarios, aunque sí muy distinguidos y elegantes, a juicio de mamá, escandalizada al verme elegir otros más modestos, como el traje de pescador que aquel verano se puso de moda entre los artistas bohemios e incluso entre jóvenes adinerados y snobs. Era un atuendo muy sencillo y sobre todo muy cómodo: de un color azul marino desteñido parecido al de vuestros pantalones tejanos, consistía en un conjunto de pantalón y camisa muy amplios, con la particularidad de que ésta, en vez de abotonarse, se acordonaba.
      -Al menos el tejido no es tan burdo –comentó mamá, tal vez comparando mentalmente el traje de pescador con las recias prendas que vestían los marineros del norte-. Y si te soy sincera, aquí, en mitad de la ciudad, incluso resulta chic.
     De lo cual acabaría por convencerse del todo aquella misma noche en el restaurante La Cala. Fue el único capricho que se permitieron mis padres durante su estancia en Barcelona, pues nos alojamos en un hotel modesto, el Victoria, con balcón a la Plaza de Cataluña, desde donde veíamos la animación del concurrido y elegante café situado allí cerca, entre la calle Vergara y la Ronda Universidad, La Maison Doré, cuyo sótano albergaba el lujoso restaurante decorado al estilo de una típica taberna de pescadores de la Costa Brava: en la entrada, una barca partida en dos y adosada a una pared pintada de azul cielo mediterráneo daba paso al comedor, cuyas salas atendían unos camareros que vestían el famoso traje de pescador de color azul índigo y calzaban espardeñas.
    -El verano que viene, cuando vuelvas, voy a encargarle a Susi que copie tu traje y me haga uno para mí. Pienso lucirlo por la calle Uría y ponerlo de moda en Oviedo –anticipó mamá, que esa noche lucía un vestido de popelín de seda con rayas rojas y blancas, un camisero de cuerpo recto y falda plisada, según exigía la moda de aquel verano, y sombrero de paja adornado con flores.

jueves, 25 de octubre de 2012

JAVIER MARÍAS

Se rescatan ahora varios (pues en realidad suman más que los dos tomos que aparecen) libros de Javier Marías. El uno se titula Mala índole (Cuentos aceptados y aceptables).
No es precisamente el que me he lanzado a releer, por más de un motivo. El de mayor peso es que, aun considerando el tiempo transcurrido, tengo muy fresca la lectura del relato que da título al volumen, Mala índole, donde, a través de la peripecia cinematográfica de Ruibérriz (¿os suena?), un joven español contratado como asesor cinematográfico durante el rodaje de una película de Elvis Pestley...
Y es que cuando a mi casa llegó el breve tomito original y al abrirlo encontré la siguiente dedicatoria (que sin duda obedecía, o era respuesta adicional a una reciente reseña mía de Negra espalda del tiempo, libro de Javier Marías que nose entendió nada bien, creo, y cuyo recuerdo, sin embargo, sigue "moviéndome"; y no ceso de recomendar su lectura a los que quieran entrar por vez primera en el vasto campo del autor... que por cierto, recuerdo ahora al repasar las solapas, no ha obtenido aquí ni un solo Premio "digno" -si consideramos algunos recientes Premios Nacionales de Narrativa- y descontando el obtenido, ¡hace ya cuánto! por su traducción del Tristram Shandy, de Sterne)
....
pues naturalmente leí con intensida Mala índole.

                                   


Acaso por ello he ido releyendo plácidamente estas dos últimas semanas las Vidas escritas, breves y libérrimas incursiones biogáficas en Conrad, James, Turguéniev, Wilde, Joyce, Isak Dinesen, Mann, Rimbaud, Sterne, Nabokov, Henry James... Revitalización de un ¿género? soterrado en nuestras letras pero presente en las Efigies de Ramón Gómez de la Serna.
Disfruté al reencontar la veta irreverente y muy lúcida (acaso por desprejuiciada) del joven Marías, que en plena adoración por la Yourcenar, y a propósito de Yukio Mishima, escribía sin ambages... "Los hagiógrafos del escritor (entre ellos la tan babeante como luego babeada Marguerite Yourcenar) cuentan con fervor...." (pág. 198).

                                           

Todas las entradas contemplan el momento de la muerte de los autores. Y sin embargo (porque ese momento no suele proporcionar deleite, a menos que participemos de registros que...), disfruté del que refiere el adiós mundano de Oscar Wilde, cuando pidió champagne en plan última voluntad, y al serle traído, dice la leyenda que declaró con humor "Estoy muriendo por encima de mis posibilidades".
¿Os suena?
Pues eso!
(Por cierto, en el Prólogo, al preguntarse Javier Marías por qué no había alguna entrada sobre sus autores españoles preferidos, entre éstos menciona a TORRES VILLARROEL.
(Que tomen nota mis alumnos de siglo XVIII).