Es cierto que
aún queda pendiente de realizar una ingente tarea de desescombro y restitución
en cuanto se refiere al rescate y a la publicación de un buen número de textos
que rememoran y testimonian la Guerra Civil
española de 1936, que en su mayoría nunca fueron editados en España por
diversos motivos, y no sólo por los que comúnmente se citan para reforzar
interesadamente la tan discutible como jaleada y aceptada tesis sobre la
inexistencia de una “memoria histórica”, sino también, y según he comprobado,
por simple ignorancia de la existencia de tan increíbles documentos. En el caso
de aquellos que fueron editados aquí ya con bastante anterioridad (años 70 y
posteriores) hay que admitir que no todos se beneficiaron de la reciente
curiosidad de los lectores por dicha experiencia histórica pues, a diferencia
de unos pocos títulos que están en la mente de todos, muchos no fueron reeditados
pese al innegable interés que tienen unos cuantos de ellos. De manera muy
destacada este hecho afecta a los recuerdos, las crónicas, los testimonios, las
memorias o los artículos y reportajes firmados por mujeres, con excepción
naturalmente de los firmados por aquellas que tuvieron mayor protagonismo o
relieve político, como Matilde de la
Torre (cuyas “estampas de Asturias”, Mares en la sombra han sido reeditadas por la editorial coruñesa
Edición de Castro en 2007), y no digamos Federica Montseny, Dolores Ibárruri o
Margarita Nelken.
Nuestra Guerra Civil la vivió también una mujer excepcional cuyo formidable testimonio fue publicado aquí en España en fecha tan temprana como la de 1976 (por la editorial Plaza y Janés), y eso pese a que ideológicamente no se alineaba con las fuerzas de la oposición política dominante entonces, el eurocomunismo). Hablo de Mi guerra de España, de la Mika Feldman (o Etchebérè, como lo firmó), que es uno de los libros más sobresalientes del plural y desigual corpus mencionado, por su propia calidad narrativa, y con independencia de la realidad histórica y de la experiencia personal que encierra, que también es de primer orden, por cierto.
Hija de una
familia judía que huye de Europa a Argentina, Mika Feldman (o Etchebérè) se formó en los
ambientes universitarios más politizados y activos del Buenos Aires de
entreguerras, donde conoció a quien sería su marido, Hipólito Etchebérè, hijo
de una acomodada familia local, y cuyo destino compartió hasta el trágico final
de éste, caído en Guadalajara nada más empezada la Guerra Civil, a los veintiséis
días de entrar en combate. Toma ella entonces el mando de la Columna que dirigía
Hipólito (y que pertenecía a la
División del anarquista Cipriano Mera) y de ahí que a Mika se
le llamara La Capitana, que es el
apodo o sobrenombre que elige la
escritora Elsa Osorio (Buenos Aires, 19952) para titular la novela que dedica a
rescatar la figura de esta impar mujer. La pauta narrativa (y por momentos
estilísticas) ha debido de encontrarla sin duda en el propio relato de Mika,
que se encuentra extraído o paragrafeado e interpolado en todo el tramo central
de una novela que da cuenta de la peripecia anterior a la Guerra Civil y, sobre todo, de
ésta (entre agosto de 1936 y octubre de 19379. Su condición de militante del
POUM le hizo vivir parecida suerte a la de la persecución y eliminación de tantos
militantes trostkistas, de la que ella también estuvo a punto de ser una
víctima, pues en Madrid fue acusada de traición a la República, librándose
gracias a la mediación de Cipriano Mera a favor de Mika. Continuará militando
con el grupo de Mujeres Libres y, gracias al pasaporte francés podrá salir de
España tras la derrota y exiliarse en París, donde será perseguida por los
nazis durante la ocupación, habiendo de regresar de nuevo a la Argentina. Años
más tarde volvería a Europa y algunos la vieron en las barricadas parisinas de
mayo de 1968. Mika murió en 1992.
En La
Capitana, me ha
emocionado el reencuentro con el Marsellés y con Pedro y con el Chuni y con
Katia y Kurt Landau (asesinado por los comunistas en una checa de Barcelona), y
el recuerdo de algunos episodios culminantes como el asedio a la catedral de
Sigüenza donde quedaron copados y de la que pudieron finalmente escapar. He sabido
mucho más de Mika leyendo la novela de Elsa Osorio, especialmente, como he
apuntado, de todos los preludios de Mi
guerra de España, que la autora reconstruye en esta novela montada como
escenas que se yuxtaponen al modo de un collage, al margen de la secuencia
cronológica, teniendo eso sí como espina dorsal el propio relato de Mika
Feldman.