lunes, 30 de enero de 2012

DELIBERACIÓN

Cuando se pusieron en marcha los Jurados Populares, en unos momentos de extrema judicialización de la vida pública (digamos hacia 1996), me interesó mucho el asunto. Lo suficiente para vivir un par de años entre la verdadera realidad (crónicas, documentales, información pretérita y presente -André Gide y su ensayo "¡No juzguéis"!, más nuestro Wenceslao Fernández Flórez-, y más, bastante más) y la ficción.
Me documenté a fondo y viví intensamente en la piel y en la cabeza de un arquitecto, una asistenta, un Okupa, un parado, un ejecutivo con una juventud ultra, una profesora interina, un comercial, un tendero.... gentes que acudían a juzgar, en el Palacio de Justicia (edificio imponente) con su propia historia personal, sus ideas políticas, su concepto de lo tolerable, lo razonable olo lusto, más sus miedos, sus fobias, su historia, sus anhelos...........






Naturalmente, conociendo muy bien la normativa y requisitos y demás, cuando vi en la prensa la foto del fulanito, me quedé patidifusa.
La foto está en consonancia con cuanto se vio en el juicio (insolencia, provocación, cinismo).




Es imposible sintetizar ni reproducir aquí alguno de los pasajes en que mi narrador (de una omnisciencia sarcástica y extrema) enmarca los momentos de la deliberación (hurgando en las múltiples brechas:contradicciones, temores, recuerdos...). Basta decir que, esa segunda parte de la novela (que narra el momento de ir a la cita) viene enmarcada por estos versos del gran Claudio Rodríguez:

.... Ciegos para el misterio
y, por lo tanto, tuertos
para lo real, ricos sólo de imágenes
y sólo de recuerdos.






Y como me da pereza buscar tiradas de la novela y reproducirlas aquí (sería excesivas), acudo al poeta (lo leía con intensidad, entonces, pero siempre) para enmarcar la tercera parte, según cito, que correspondía al día del fallo:

Porque la noche, como el fuego, revela,
refina, pule el tiempo, la oración y el sollozo,
da tersura al pecado, limpidez al recuerdo,
castigando y salvando toda una vida entera.

Bienvenida la noche con su peligro hermoso.


P.D. Próximamente, Carme(n) Chacón.

miércoles, 25 de enero de 2012

MERIENDA

Tengo el privilegio de coincidir muy a menudo por el barrio (casi alrededor de una misma manzana donde se concentran kiosco de periódicos, frutería et alii) con mi querido colega Jordi Llovet (quien por cierto me comentó que está estudiando cosas de arquitectura y arte debido a su inmediata reincorporación a las aulas universitarias), y últimamente hablamos de cine. Yo le recomendé vivamente Le Havre y él a su vez, A un Dios desconocido.
No he podido aún ir a verla (¡ay, cuando me vuelva a examinar!) pero sí que me zampé Desayuno en Tiffanys, el domingo por la tarde, aprovechando que me la sirvieron a domicilio, obsequio de El País. Hacía infinidad de tiempo que no la veía y fue una experiencia grata, y plácida.




Audrey Hepburn

Lo que me llevó a prolongar las sensaciones y el clima o la atmósfera de aquel mundo leyendo las Crónicas de Nueva York de la escritora (de origen irlandés) Maeve Brennan, cuya personalidad le inspiró a Truman Capote su personaje de Holly Golightly (interpretado por Audrey Hepburn en la película).
Ha sido un verdadero descubrimiento, y una gozada leer esta especie de retratos al minuto o viñetas de la vida neoyorkina de los años cincuenta y sesenta (aunque se incluyen algunas más tardías), que va componiendo al azar de sus paseos erráticos o de sus pequeños rituales cotidianos, cuando se cruza con señoras perdidas, un viejo trombonista, niños que lloran o ¡estrellas de cine en libertad! Marlene Dietrich sentada junto a una mesa al lado de la ella, Judy Holliday o Jean Gabin . Y sobre todo Maeve Brenan es excelente al achicar espacios (cuando se empeña en captar el verdadero yo de la Sexta Avenida, dos horas después del alba, por ejemplo) , o dibujar de una manera muy sugestiva el ambiente de algunos locales como el bar Grosvenor o el Hotel Earle del Village u otro viejo hotel de Broadway.
Las Crónicas de Maeve Brenan fueron inicialmente publicadas en The New Yorker, y leyendo esta selección se entiende porqué la escritora gozó del aprecio y la admiración de colegas tan ilustres como John Updike o Alice Munro.





Maeve Brenan. Crónicas de Nueva York. Prólogo y traducción de Isabel Núñez. Barcelona, Alfabia, 2011. 331 páginas