sábado, 26 de febrero de 2011

MADRES

Os anuncié una entrada sobre el asunto de la SUBROGACIÓN GESTACIONAL.

Aparte el hecho de que en mis escasos vagabundeos urbanos siento una y otra vez la tentación de hacer entradas sobre el lenguaje...
(de lo que quizás me aparta mi escasa predisposición normativa)
cuando me veo obligada a perder el tiempo en las consultas médicas y hojear el Lecturas o el Hola o lo que cuadre, los comentarios o posibles entradas para el Blog se precipitan. Sólo el inamovible propósito de no sucumbir a la actualidad (tampoco la política) consigue frenarlo.




Pero es lo cierto que llevo meses pensando.
Y os diréis ¡qué frivolidad!
Pero es lo cierto que llevo meses pensando en esta entrada de hoy, porque las incitaciones...
Me pareció que no debería demorarla más tras leer lo de SUBROGACIÓN GESTACIONAL.



Leía (más bien veía las fotos) sobre el gran recibiemto que le hacían a Kirk Douglas tras su cáncer, evento en el que todo Hollywood, a propósito de los Globos de Oro, participaba.
Estaban la Angelina Jolie y su Brad, aunque sin los críos, y la australiana cerúlea, ¡ay!, ésta... la Nicole Kidman (me lo acaba de chivar Blanca, que está con Adrián en el salón viendo no sé qué), de la cual elogiaban su espléndida figura, dado que acababa de...
Y aquí venía la explicación. Se ve que lo de "madres de alquiler" (o peor: úteros o vientres) resulta demasiado vulgar y... ¡el periodismo!




Hace mucho tiempo que, a propósito de esta moda de la adopción por las celebrities, quería hacer una entrada. Mayormente por restaurar cierta memoria y poner las cosas en su sitio.
En primer lugar, a Woody Allen y Mia Farrow con su recua (que resultó en lo que resultó y todos sabemos, sin necesidad de entrar en detalles).

Pero vayamos al cuento.

Hubo una vez (finales de los sesenta del pasado siglo quizás) una niña a quien, cada semana, su madre le mandaba ir a la Peluquería a guardar la vez. De entre las varias tareas que su mandre le encomendaba, ésta no era, en absoluto, la que más disgustaba a la niña. Porque entonces ella leía las revistas y, aparte de fijarse en modelitpos y demás, leía la Historia.
Salían los de siempre (Balduino y Fabiola, y Farah Diba y el Sha...) pero tembién la estampa de una vieja madre atrincherada con sus doce hijos (adoptivos) a las puertas de una envidiable mansión (por más que decadente), intentando resisteir e impedir que se ejecutara una orden de desahucio.
Era la imagen final de una Josephine Baker que....




Cuando, hace ya muchíiiiiiiiiiiiiiiiiiisimos años (antes de según qué modas), me propusieron dirigir una colección de biografías de mujeres excepcionales (que titulé "Mujeres de novela"), no dudé ni un segundo en incluir en la selección el libro de Phyllis Rose, Jazz Cleoplata, publicado en Tusquets, sobre la "diosa de ébano".




Yo no sé por qué.
Sé que en la vida de JB hubo despilfarro y derroche, pero también hubo generosidad y desprendimiento.
Y riesgo: fue una especie de Mata Hari, aunque sin doble cara, cuando en 1939 el Departamento francés de inteligencia militar la reclutó para realizar tareas de información, y colaboró en la Resistencia, y desempeñó misiones en Casablanca y en otro puntos del norte de África, y recitó y actuó para los soldados del frente, al servicio de una Francia libre... servicios gratuitos realizados a veces en un estado de salud muy precario.

En la década de los sesenta (y en consonancia con lo que ella fue: un diáfano espejo de nuestro turbio siglo XX) encontramos en sus actuaciones curiosas concomitancias con el movimiento hippy: el antibelicismo, la incitación a la vida o los discursos sobre el amor. Por supuesto, también estuvo en las barricadas de mayo del 68, entre infarto e infarto.


La biografía de Phyllis Rose es impecable a la hora de trazar el esplendor de esta diosa de ébano entre los artistas de vanguardia de entreguerras, pero... como suele ocurrir, parece que los españoles no se hubiesen enterado del tema.

(Y voy a hacer una entrada sangrienta sobre el asunto, porque ya apesta).

Por eso, en el prólogo con que encabecé la reedición de la biografía cité a los nuestros.
Ramón Gómez de la Serna, nadamenos que n sus Ismos, nos dejó una imborrable imagen de la Baker en movimiento:

"La Baker interpreta como nadie la movimentación desaforada de la nueva movilidad, al kinkaju de presente. La Baker, pintada de negro, ya que no es bastante negra, y con el pelo mantecoso, como si fuese a asar su cabeza, interpreta el patinado de la vida moderna, y resulta un estupendo muñeco que sabe lo que se hace".


jueves, 24 de febrero de 2011

LENGUAJE

Enseguida os cuento, de cómo en una sala de espera,
me bombardean con

SUBROGACIÓN GESTACIONAL

Lodicho!

domingo, 20 de febrero de 2011

RECAÍDA


Hace unos días, en un reciente episodio de "Cuéntame" (apenas lo sigo ya, pero a veces recaigo) sonó un tema de Los Chichos. Luego volví a oírlos en un documental sobre el Vaquilla. Aparte que al andar con las cosas de JUan Marsé, me acordé de cuando referí alhgo sobre el asunto, no sin cierto desparpajo.


Y dado que el fin de semana nos ha venido lluvioso y algo desapacible, y que aún ando cansada, me distraigo con la música.

Así que os dejo con este potpourri de Los Chichos.




miércoles, 16 de febrero de 2011

CALIGRAFÍA DE LOS SUEÑOS

Así se titula la nueva novela de Juan Marsé, cuyo primer capítulo, "La señora Mir y las vías muertas" tiene un prometedor arranque, situado en una calle con un nombre del que jamás pensaríamos que pudiese albergar una tragedia: Torrente de las Flores.
Una calle que yo conozco bien, pues viví allí tres años, después de la aventura del Carmelo.

En Barcelona, la novela se presenta mañana jueves:







P.D. Lo de escritora es cosa de la editorial. Será por darle más empaque al asunto. No basta mi perfil académico o crítico, pese a que, justamente hoy, Manuel Rodríguez Rivero comenta en El País lo raro y escaso que es ver firmas femeninas ejerciendo la crítica ñliteraria.
En fin...

domingo, 13 de febrero de 2011

c./ MUNTANER



Hoy ha vuelto Adrián (con Blanca) de Asturias.
Hay pues que cocinar, tras una semana trampeando de cualquier manera. Así que recuperé un viejo hábito, que data de cuando los domingos eran pekes y nos subíamos con ellos a las pistas universitarias (las instalaciones deportivas de la UB) en la Diagonal y, al bajar, parada (que no fonda) en una "tienda" maravillosa de Urgell-Consell de Cent, donde asan unos magníficos pollos a l'ast, además de preparar otras comidas muy cassolanes (la batería de croquetas es exraordinaria).

Tanta rabia le cogió mi buen Martin al inamovible menú dominical que, en ocasiones, llegó a producirse un verdadero cisma familiar.

De vez en cuando, doy alguna tregua, o bromeo, y a la pregunta "¿Qué comemos hoy?", respondo: "Hoy, cáterin").

Bien, la Botiga está donde dije, de modo que si se forma una pequeña cola, tengo como distracción esta imagen de la en otro tiempo, según mis noticias, llamada
casa china:





las cuestiones prácticas se resolvieron con rapidez porque los tres estábamos básicamente de acuerdo en lo fundamental: que la pensión, aparte de reunir las condiciones adecuadas para satisfacer las exigencias de un señorito burgués de clase media, estuviera lo más cerca posible de la Escuela de Ingenieros Industriales, situada entonces en el inmenso recinto de Urgel 127, que actualmente ya sólo ocupa la Escuela Técnica y otras dependencias menores. La proximidad era indispensable para no perder tiempo ni dinero en desplazamientos y sobre todo, insistía mamá, para garantizar que así cada día comerás como Dios manda, sin necesidad de hacerlo en una cantina ni mucho menos de saltarte el almuerzo. Por su parte, papá insistió en que la pensión tenía que estar en un edificio que hiciese chaflán, pues según una teoría muy en boga aquellos años defendida por el afamado frenólogo neoyorkino Orson Squire Fowler, las casas con esa orientación tenían la virtud de mejorar la salud de sus habitantes. La exigencia de mi padre reducía notablemente el abanico de posibilidades pero al final apareció una pensión en el número 236 de la calle Consejo de Ciento, esquina Muntaner. La primera vez que fuimos allí, cuando nos acercábamos al chaflán, la repentina e insólita visión de aquel inmenso edificio que parecía un cíclope de innumerables ojos con patas gigantescas nos dejó boquiabiertos. Para mi gusto, era demasiado llamativo y casi inquietante por su excentricidad, pero mis padres contemplaban arrobados el muy barroco estilo del modernismo indoislámico que decoraba su fachada, sostenida sobre columnas de capiteles papiroformes plateados con purpurina, y admiraban el enrejado de los balcones, una abigarrada red de motivos vegetales, salpicada de flores doradas. Mis padres parecían jirafas allí plantados en la acera, estirando el cuello para ver la testa del monstruo: cabezas taurinas de enormes astas que hendían el aire como mascarones de proa.

(De un Manuscrito hallado en Barcelona)




Muy cerca hay otra casa cuya leyenda sólo descubrí recientemente.
Leí en su día la muy justamente celebrada primera novela de José Antonio Garriga Vela:
Muntaner, 38.



Pero no fue hasta la primavera pasada, con la lectura de su reciente libro,
El anorak de Picasso (Candaya, 2010), cuando descubrí nuevas historias de la célebre casa. Reproduzco la reseña que le dediqué al libro, aparecida en Babelia:

En Muntaner, 38 (1996), José Antonio Garriga Vela trazaba una visión de la Barcelona de los años sesenta ajustada a la mirada de un niño que, con toda naturalidad, acoplaba en un mismo plano el mundo exterior de padres, vecinos y amigos, y el interior de la imaginación, los sueños y los interrogantes. Fue la novela con que el autor se ganó a un buen puñado de incondicionales lectores que en los años siguientes recorrerían complacidos las páginas de El vendedor de rosas (2000), Los que no están (2001) y Pacífico (2008), al reconocer en ellas una escritura muy personal y también una misma concepción de la novela, entendida como relato en que la fantasía va poco a poco adueñándose de la realidad: lo que David Lodge denominó “crossover fiction”, con su mezcla de géneros y estilos dentro de un mismo texto, singularmente el realismo, lo fantástico, la crónica autobiográfica y la metaficción.



Todo ello retorna en El anorak de Picasso, cinco narraciones en las que Garriga Vela desgrana la verdad de las mentiras y viceversa, hablando de los elementos verdaderos o reales y autobiográficos que trasladó a sus ficciones o, por el contrario, de cómo éstas, las mentiras, se instalaron en el orbe de la realidad y lograron habitarla; de cómo personas que sirvieron de inspiración para crear algunos personajes, al leer la novela y reconocer detalles o rasgos parciales que los identificaban, deciden adueñarse de las criaturas de papel y comportarse ocmo ellas; o de cómo algunos espacios crecen hacia atrás y alumbran otras historias: la planta baja de Muntaner 38 donde el autor nació y vivió su infancia y de la que un día, al poco de publicar la novela, Enrique Vila-Matas le cuenta por carta que allí precisamente fue donde Santiago Rusiñol fundó el emblemático Cau Ferrat, lo cual a su vez explica que en agosto de 1934 acertase a pasar por allí Picasso y luego con los años Samuel Beckett escribiera aquella frase…

No voy a seguir para no enturbiar la sorpresa que al lector le aguarda tras abrir la puerta de este libro y entrar en “el cuarto del contador”, donde Garriga Vela desenreda el haz de prodigiosas historias que le han ido sucediendo en la vida real y que después alimentaron sus fantasías u obsesiones literarias -la luna, las ballenas, los micromundos, las ciudades viajeras que se desplazan de lugar pero también el paso del tiempo, la muerte y la infancia-, historias que parecen fruto de un maravilloso azar o llegan como una dádiva: esos padres que confeccionaban trajes para la productora de cine inglesa Film Locations y que un día de otoño de 1954 se trasladaron de Barcelona a Málaga para asistir al rodaje de Fuego sobre África, dirigida por Richard Sale y con Maureen O’Hara de protagonista.

Por eso Garriga Vela nació en Tánger. ¡De verdad que sí!



sábado, 5 de febrero de 2011

AMSTERDAM

Adrián ha terminado sus exámenes y se marcha unos días a Asturias, a descansar (no mucho, porque este año construyen dos Fórmulas 1: el normal y otro eléctrico).
Nico, sin embargo, empieza los suyos enseguida. Me gustaría escaparme a Berlín y facilitarle algo las tareas domésticas y darle alguna alegría gastronómica: flanes, tortilla de patatas, fabada, arroz con leche y demás.
Pero yo aún ando enredada con mis exámenes. Y además, en casa de Nico hay overbooking, porque me he enterado que lo van a visitar su amigo Adriano (instalado en Ginebra) y su prima Laura (que me ha asegurado que le llevará chorizos y jamón, ¡faltaría!), con lo que a ver qué resulta... (quiero decir... resultados).
No puedo ir a Berlín y me conformo releyendo las Crónicas berlinesas de Joseph Roth, editadas por la imprescindible editorial Minúscula, y de las que ya os hablé en alguna ocasión.


Y al leer la titulada "Filosofía del gabinete de figuras de cera", me acordé de un lejano viaje a Amsterdam, que hice con dos niños: Nico (11 años entonces) y mi sobrino Yuri (de 9).



No era la primera vez que iba allí, pero casi. Porque de joven, y a pesar de Jacques Brel, me resistía a hacer un viaje "seriado" al que se entregaban eufóricos buena parte de mis amigos, en verano y bla, bla, bla.
Yo empecé a ir un invierno, con dos niños. Visitamos el Museo de la Tortura (¡ya me diréis!), la casa de Anna Frank y la Casa-Museo de Rembrandt, y el Rijsmuseum. Compramos tulipanes y paseamo por los muelles, y cruzamos una y otra vez los puentes sobre los canales pero no montamos en bicicleta porque era invierno.
Vivíamos en la histórica Vankrij.



Y también visitamos el Museo de Cera (¡qué remedio!). Sólo había visto el de Barcelona, al poco de llegar a esta ciudad, experiencia que me inmunizó contra cualquier posibilidad de repetirla, pero en Amsterdam sucumbí (fácilmente) a la insistencia de los niños.
Y aquí es donde viene a cuento la crónica de Joseph Roth, cuyas palabras expresan a la perfección el rechazo (¿la repulsión?) de aquella niña:

La paradójica filosofía del gabinete de figuras de cera hiuzo que la grandeza y el horror terrenales resultaran ridículos con sólo inmortalizarlos en cera. Hasta entonces ninguna industria de la memoria había despojado tanto a sus objetos de toda solemnidad como el gabinete, que creó monumentos sin el pathos del respeto [...]. El único mérito del gabinete de figuras de cera fue la ridiculez involuntaria con que compensó el pathos de este mundo y lo transformó en una especie de cuarto de la risa.
Y es que la intención del gabinete -lograr un espantoso parecido con la vida- conduce necesariamente al ridículo. Es la intención, contraria al arte, de presentar una verosimilitud exterior en lugar de una verdad interna: la intención de la fotografía naturalista y la "copia". Un asesino múltiple de cera resulta grotesco. Pero no menos ridículo es un Rothschild de cera. El material hizo que uno perdiera su crueldad y el otro su nobleza.
(pp. 161-2)

Sin duda, han mejorado mucho los Museos de Cera desde las impresiones de Roth, fechadas en 1923, pero aun así...



El histrionismo de Nico rompía una y otra vez a Yuri, impidiéndole posar comme il fault.




El futuro estadista, en plan compadre.





Esta foto se la colamos a mi padre, mezclada con otras tomas "reales".
Aun recuerdo la nerviosa emoción que le embargó al verla y preguntar: ¿Os lo encontrásteis?
(Luego se dio cuenta, claro, pero la ceguera culé le pudo al primer golpe de vista).

P.D. ¡Ay! ¡Quién le diría a mi querido padre que el Barça de Guardiola (heredero del de Cruyff) sería capaz de proezas tan grandes como la de propiciar al menos tres "clásicos" en una sola temporada! Y luego dicen que ya no hay emoción.