Él no la llamó así pero yo, instalada en pleno Romanticismo en uno de mis cursos, me siento algo tocada por la ironía de aquéllos, "que no se agota ni de lejos con la conocida figura retórica por la que se dice algo y a la vez se deja entrever que se piensa otra cosa, quizás incluso lo contrario de lo dicho". Aparte la ironía socrática, que también conocían los románticos, hasta entonces la ironía se consideraba "una figura retórica, o también un método literario, situado en algún lugar entre el humor, la burla y la sátira". Pero Friedrich Schlegel decide romantizar la ironía y... entonces empieza el gran juego.
Todo esto lo explica muy bien Rüdiger Safransky en Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán. Barcelona, Tusquets Editores, 2009, p. 59 y ss.
Bien, el caso es que me hablan de esa feliz coincidencia y de golpe me acuerdo de un eslogan publicitario, lo que a su vez me lleva a recordar un libro que había ojeado, pero que no había podido saborear a fondo.
Sin embargo, estos días en que la fiebre y otras perturbaciones derivadas de la gripe me impedían sentirme Flex y abordar lecturas más enjundiosas, confieso mi gratitud para con Sergio Rodríguez, autor de Busque, compare, y si encuentra un libro mejor, ¡Cómprelo!, publicado recientemente en Electa.
Y me entretuve con los recuerdos que iban aflorando.
Confieso ser de las que se sabían de memoria la canción del Cola-Cao, porque era adicta a un programa radiofónico llamado "Matilde, Perico y Periquín", y me encantaban las travesuras de aquel gamberrete.
Solía contárselo y cantársela a mis hijos y acaso por eso se pasaron al Nesquick.
¿Y qué decir de la Familia Telerín? Aquí no voy a vanagloriarme de recordar la cancioncilla, pero sí de acordarme de corrido de Cleo, Tete, Maripí, Pelusín, Colitas y Cuquín... Mis simpatías las tenía ganadas este otro desobediente y no sus hermanos, con nombres muy de ...
Admito que sigo siendo adicta a las aceitunas "La Española", acaso por cosa de los astros, pues ese anuncio es de 1957.
Y que me encantaba el capuchón de papel de seda de "La Casera" y que mi hermano mayor desataba mis instintos cainitas cuando me lo arrebataba, lo inflaba de aire y... ¡plop!
Desolación de ¿la quimera?
No, del goce del tacto.
El anuncio de "Terry me va" también me gustaba, a qué negarlo: aquel paseo de aquella chica-amazona, que resultó ser una peluquera de la calle Mandri (según contaba mi tío Alessandro, por entonces aparejador de la inmobiliaria Lamaro, que construí allí y en otros barrios menos nobles).
Luego ya fui creciendo, y me volví... ¿irónica?
El caso es que las muñecas de Famosa... se dirigen al portal y lo de volver a casa por Navidad y el gustirrinín de la Filomatic y el atún calvo, claro....
Pero estos días repaso esas imágenes y recuerdo...
Y me pregundo qué será la memoria de la infancia de aquellos que irán a crecer sin anuncios (como mis hipotéticos nietos).
Y me pongo melancólica.
Y me inquieto.
¿Será cosa del Romanticismo?, me pregunto.