viernes, 29 de mayo de 2009

FERRER I GUARDIA

A propósito de la Semana Trágica, prometí hablar de Unamuno y Ferrer i Guardia.
¿O no?

Y es que me costó mucho trabajo reconciliarme con Unamuno, como bien saben mis alumnos. No por el oscuro y manipulado episodio de Salamanca, 1936, que en la España republicana no prosperó por muchos motivos.
(Al respecto, puede leerse el magnífico libro de Luciano Egido, Agonizar en Salamanca, publicado en Tusquets, como el resto de sus extraordinarias novelas).



Pero a la adolescente que estudió el Bachillerato en el Instituto Infanta Isabel de Aragón, dirigido por la impar ANGELETA FERRER I SENSAT (hija de la gran pedagoga Rosa Sensat)...
¡Qué clases de Biología las suyas, en 5º de Bachillerato! Y qué manera de lograr que, pese a los tiempos, aquello funcionase a contracorriente.
A nosotras, las alumnas que cursábamos COU en 1973-1974, Doña Ángeles nos quería especialmente porque "nos jubilaríamos juntas" del Infanta.
(Paseo por Internet y... me siento defraudada... Pero vale la pena rescatar una entrada autobiográfica de Angeleta, donde cuenta su trayectoria profesional. Veo también en la red la escultura que le erigieron frente al Infanta, al que nunca volví para no tener que no reconocer tantas cosas, pues ese perfil de piedra no corresponde al vitalismo de la ya casi anciana que vestía de luto o alivio tras la muerte de Alexandre Satorras, su marido y compañero. No, la Angeleta que yo conocí era otra mujer... mayor en su aspecto, quizás -la espalda encorvada pero ágil y viva y curiosa y atenta y... nos conocía ella a todas mucho mejor que las celadoras o el conserje porque le bastaba un simple golpe de vista, el aparente deambular despistado por pasillos y vestíbulo para... "Oi que....?", "Vols dir...?", "I si t'ho pensesis bé...?", "Ja festejes?")





Por eso, educada en aquel peculiar microclima, costaba digerir ciertas palabras de Unamuno, como las escritas en agosto de 1909 ("Excursión"), a propósito de una travesía por Cantabria: "Al llegar a Torrelavega nos encontramos con un periodista madrileño, que empezó a darnos noticias de los sucesos de Barcelona y de Melilla. ¡El sempiterno suceso! ¡La devoradora actualidad! Todo anecdótico, todo fragmentario, sin que haya modo de sacar sustancia ni contenido a nada. ¡Cuánto más no me decían del alma de la patria el sombrío silencio del valle del Pas y la quietud soleada del viejo claustro de la colegiata de Santillana!".

Hasta aquí, aún lo entendería por aquello de "la circunstancia". Pero ya no cuando, en noviembre de 1909 ("El sentimiento de la Naturaleza"), Unamuno escribió:

"Tenía ya la pluma en la mano para deciros algo de la ridícula agitación en contra de España que provocó entre la badulaquería internacional el fusilamiento del desdichado Ferrer, de quien ha querido hacerse poco menos que un genio, del cierre de las escuelas por él creadas, y que se cerraron, no por anticatólicas, sino por anarquistas, por conspirarse en ellas contra la existencia del Estado -aparte de que, como escuelas, eran detestables: focos de fanatismo, superstición e ignorancia- de la brutal ignorancia que respecto a las cosas de España reina en el extranjero y singularmente en Francia..."
(Ambos textos se recogen en Por tierras de Portugal y España).

Cuando leías esto en los tiempos en que para saber lo que pasaba en tu país habías de leer tal o cual diario extranjero, pues que no. (Los jóvenes, ¿recordáis lo que sucedió el 11-M, cuando también hubo que conectarse a la BBC o a la DZF alemana? Pues más o menos).




Algo me ayudó a limar asperezas el análisis del bueno de don Antonio Machado sobre el patriotismo de Unamuno y la aversión que éste profesaba "más que al jacobinismo anarquizante falto de toda espiritualidad, al no menos lamentable conservadurismo de esos neocatólicos franceses". Y otras líneas, dedicadas a censurar nuestro patriotismo chauvin amamantado en lecturas francesas: "Los que han hecho del nombre de Ferrer bandera y contrabandera de combate, juegan torpemente a la Francia contemporánea en un país donde el juego empieza a ser peligroso". Machado (con Unamuno) recordaba el caso Dreyfuss, y por eso le reprochaba a Francia que pretendiera ejercer el monopolio de..., aun reconociendo que sí, que en España hay "elementos capaces de fusilar, no ya a Francisco Ferrer -que de esto nadie duda- sino al propio Francisco de Asís que volviera al mundo".
(Las citas de Machado proceden de "Contra esto y aquello, de Miguel de Unamuno", julio de 1913, en el tomito ya aquí citado (Poesía y Prosa, Espasa-Calpe, p. 1538 y ss.)

¡Uf, qué matraca!
Pero lo cierto es que este largo recuerdo estalló al llegar a mis manos De Humanidad y polilla (Todas las caras de Ferrer y Guardia), el libro de Julián Granado que acaba de publicarse en Anagrama.



No he leído nada de este autor, nacido en la cuenca minera de Huelva, en 1957 (como yo) y dedicado a la Medicina. Pero hojeándolo... me hago una rápida impresión y decido meterlo en el equipaje de este largo findesemana porque sus casi quinientas páginas son muy prometedoras: hablan de una joven, Carmen de Moering, que en París un día descubre que su apellido es Ferrer (y no el del segundo marido marido de su madre); y su nombre, Sol.




La hija de Ferrer i Guardia, que escapó de un internado para buscar a su padre, "asistirá a la revolución rusa, a la efervescencia libertaria de los cenáculos parisinos y a los años del pistolerismo en Barcelona. Vivirá la guerra civil y el desarraigo de los sin patria", anuncia la contraportada.

Pues ya os contaré más.
¡Salud!

jueves, 28 de mayo de 2009

BARÇA

Sabe muy bien mi brazo gráfico del Blog, Ramón, que había redactado una entrada sobre el partido Barça-Bayern, que nos pilló en Asturias, donde no tenemos televisión (para favorecer que los críos, cuando lo eran, o leyesen o se desbravasen en la playa y los prados), por lo que nos fuimos a un modesto mesón de Castropol, La Santina, a verlo.
(Muy recomendable este barcito kitsch, de excelente cocina, y rehuido por los pijos madrileños que asuelan el puerto en agosto... ¡Que dure!).



Como en la zona del bar la cosa era impracticable, pedimos que nos instalasen la pantalla grande en el comedorcito, entonces vacío (el mal tiempo y la crisis no propiciaron el turismo las pasadas vacaciones de Pascua...).
Total, que allí que nos estábamos la mar de bien, cuando entró una pareja de nuestra edad. Ella era una de esas mujeres amojamadas, y llevaba flequillo. Hacía años que no veía a una mujer con flequillo, ni mucho menos recordaba lo que puede hacerse con él (el partido que se le puede sacar): bufar y rebufar, la mandíbula crispada, el gesto agrio... Lo que ya no le toleré fue el discursito:
-Fútbol, fútbol, fútbol...
Pronunciaba con tremendo menosprecio.
Pero héte aquí que, entre otros muchos tomos (de los que iré hablando), esos días yo me había llevado para leer Todo fluye, de Vassili Grossman (en Galaxia Gutenberg). Y le recomendé a Nico su lectura (él conocía, claro, Vida y destino), porque lo referente al legado de Stalin era muy interesante.... del que mi hijo sabe mucho más que yo, que sólo me puedo dedicar a mariposear...
La del flequillo se fue achantando y por fin pudimos disfrutar del partido en paz.
¡Y de la mousse de sidra, ya a los postres!

Total, que llevo un mesecito crudo... Una de mis últimas clases (la del jueves que siguió al partido de la Copa del Rey) fue muy heavy... porque eran las dos de la mañana y por mi calle Aribau seguía y seguía el jolgorio. Entonces decidí tomarme un Dormidín y... a las (8:30 parecía un fastasma.
(I'm sorry)



Hoy la cosa fue... más intensa.
Nico, que acaba de solventar su expediente académico, se disfrazó a las siete de la tarde (camiseta, gorra y... ¡bufanda!, en él, que no soporta el calor) y se largó con sus amigos a.... Adrián cenó antes de...
Adrián estudia Ingeniería Industrial y me machaca. Porque, en fútbol, yo tengo un lenguaje elemental/pasional, heredero de... los años de mi padre. Y no me salgo del pasa, toca, remata, acude, recibe, despeja, dribla, regatea que es lo que durante muchos años se oía en el Carrousel Deportivo, donde de vez en cuando hablaban de una "vaselina", que admito que era una palabra que me dejaba perpleja.
Adrián no aceptaba mi hipótesis: que si el Manchester atacaba con la furia con que lo hacía en los primeros minutos del partido, la cosa acabaría por troncharse, dado que no hay nada más demoledor que los repetidos intentos fallidos ...

-Anda ya!- replicaba.
Porque sí, era elogiable la entereza de los ingleses. No se arredraron nunca. Y el Barça está acostumbrado a que se le desbarriguen (como decía una abuela de Tol de los pasteles que no espelían: Desbarrigóuse o bizcocho) después de ...

Íbamos por el minuto 16 de la primera parte y a mí aquello ya me parecía una eternidad. Así que, en vez de picotear cualquier cosa, como tenía pensado hacer, decidí prepararme una ENSALADA ENSALADA: con lechuga bien troceadita, maiz, cebolla, remolacha, zanahoria rallada, apio, brotes de soja, judías verdes (que habían sobrado del mediodía), olivas rellenas, garbanzos, corazones de alcachofa... ¿Qué más?




En fin, a los 20 minutos de la segunda parte me bajé abajo, a la tienda de los pakis, a pillarme una botella de cava para la celebración. Estaban los tres como jirafas, el cuello alzado hacia la pantalla de un pequeño televisor que cuelga sobre la puerta de entrada del local. Pagué religiosamente, aunque podría haberme ido de allí de rositas.

Me voy al cine, antes de que llegue la caravana triunfal, que pasa por mi calle.


Dedico el TRIPLE triunfo a la memoria de mi padre



miércoles, 27 de mayo de 2009

POEMA

Hace un par de días, cuando leí la extensa charla entre Enrique Vila-Matas y Joan Manuel Serrat a propósito de la inminente cita de la champions, me acordé mucho de mi padre porque, más que del Barça de Guardiola, hablaron del Barça de antes, que era el de mi padre: sufrido culé en nuestra larga postguerra.
(Por eso no estoy muy de acuerdo con lo que escribió Javier Marías en e EPS del pasado domingo: no creo que al Madrid le perjudicase tanto la "filiación" franquista: a fin de cuentas en aquellos años la Copa de Europa se disputaba sólo entre los campeones de las respectivas ligas).

Total, que me acuerdo mucho de mi padre, y esta noche sufriré o gozaré en su memoria. Y como mi padre era un magnífico contador de historias... he decidido hoy hablar de una de nuestras pequeñas historias.

Podría titular esta entrada "Oración", "Plegaria" o... qué sé yo. Pero me acojo al valor coloquial que tiene la palabra "Poema" cuando decimos....

Un no muy conocido episodio de la Guerra Civil en Asturias (y sus secuelas), transcurrido en un escenario que siempre consideré una parte de mi paraíso personal, me llevó recientemente a hablar con algunos de los mayores que eran niños y habían visto o sabido o les contaron...
Uno de mis confidentes fue Félix García López, que me acogió amablemente en su casa de Tol (una aldea de occidente, algo retirada de la turística Tapia de Casariego, donde alquilamos una casa dos o tres años e hicimos amigos inolvidables como Matilde y Manolo, que me llevaron a casa de Félix y de Eva Fernández García).








Félix me contó muchas cosas de lo que pasaba en esa zona ya algo lejana de la de mis mayores (aunque la distancia real no iba más allá de los 10 o 12 kilómetros), a quienes las noticias de allí les llegaban muy desvaídas. Algunas de esas confidencias he podido aprovecharlas en una novela cainita que ando ultimando, pero no así esta otra confidencia (que de incluirla me arriesgaría a incurrir en lo que los críticos suelen sentenciar como "inverosímil")
Total, que entre muchas cosas, Félix me contó (y recitó de corrido, sin trastabillar) este Poema que hubo de aprenderse de memoria y recitar en la histórica jornada en que en la Escuela de Tol se restauró el crucifijo:

¿Adonde vas pobre obrero?
¿Buscas pan y pides luz?
No tuerzas el derrotero.
Mira lo alto hacia el madero
Sacrosanto de la Cruz.
¿Qué ves? En ella enclavado,
presa de dolor profundo,
hay un cuerpo ensangrentado.
Es dios el que está enclavado,
el gran obrero del mundo,
el que labró los sillares
que son del orbe cimiento,
y puso valla a los mares
y sembró de luminares
y soles el firmamento.
El que en Nazaret vivía
oscurecido sin nombre
y trabajando crecía
para enseñanza del hombre.

Bien, el poema sigue pero decae
Los dos primeros versos son espléndidos.
Y oírlos de labios de Félix, un festín.

(Otro día hablaré de La Searila, una gran historia romántica sucedida en la aldea de Seares, donde nació mi madre, Sara.

Mis alumnos de Romanticismo conocen esos versos nada desdeñables, por cierto. ¿O no?)

domingo, 24 de mayo de 2009

CUARENTENA

Hay palabras que parecían obsoletas y sin embargo… resucitan.
Es el caso de “cuarentena”, que me trae a la memoria vagas conversaciones de los mayores que versaban sobre historias de familia o chismes de vecinos, sorprendidas durante la infancia. Y también ciertas lecturas.


Durante mi inmersión en la literatura de viajes, la palabra cuarentena era moneda corriente en esos relatos y apenas hubo viajero que no recordase la imborrable experiencia encerrada en esa palabra: los engorros y las contrariedades diversas que sobrevenían, por ejemplo, cuando un barco era puesto en cuarentena, como la sufrida por el pintor Eugène Delacroix en 1832 a su regreso de Marruecos: “un verdadero purgatorio” que se prolongó durante veinticinco días, con el agravante de ser la patria propia la que imponía tan severas condiciones: “¿Acaso no es duro estar en Francia y ser tratado como prisionero y africano?”, les dice a sus amigos, describiéndoles el miserable recinto en el que los habían recluido, donde “uno pacería un borrico”, plagado de pulgas como lo estaba, y con “esa suciedad de Lazareto, la más sucia de todas, pues hay la mugre de los habitantes de las cuatro esquinas del mundo”; en cuanto al entorno y el día a día, les contaba Delacroix: “Tengo como recreo el paseo durante unos instantes en un cercado pelado, donde no hay ni un árbol que me llegue a la rodilla y, con el sol del país, es un pobre recurso. Hay la perspectiva agradable de tres cementerios apropiados para enterrar a la gente que muere, tanto de fastidio, creo, como de peste, y el mueble principal que ocupa agradablemente la entrada es una mesa de piedra en la que se hace la autopsia a los fallecidos”. (Viaje a Marruecos y Andalucía. Olañeta Editor, 1984).



Charles Dickens también pasó por esa experiencia en Niza, cuando viajaba a Italia en una pequeña embarcación que en Marsella habían cargado con lana y que fue consignada como “producto oriental” por las autoridades correspondientes, que decretaron la obligada cuarentena, situación que el novelista describe desde el regocijante punto de vista de los mirones y curiosos que los observaban desde el puerto: “Izaron solemnemente una gran bandera en el mástil del embarcadero para que lo supiera toda la población. Hacía un día muy caluroso realmente. Estábamos sin afeitar, sin lavar, sin mudar y sin comer, y no nos hacía gracia quedarnos achicharrados en el puerto con los brazos cruzados mientras la ciudad nos miraba a una distancia prudencial, y todo tipo de individuos patilludos con sombrero de tres picos discutían nuestra suerte en un remoto cuartel, indicando con sus gestos (los observamos detenidamente por los catalejos) que nos retendrían allí al menos una semana y que no había absolutamente nada que hacer”. (Estampas de Italia, Alba Editorial, 2002).




En 1879, Mark Twain tampoco se libró de ella en El Pireo, donde se les obligó a anclar fuera de puerto durante once días. “Fue la decepción más amarga de todo el viaje –escribe- ¡Estar un día entero a la vista de la Acrópolis y vernos obligados a irnos sin visitar Atenas!”. Pero él y otros tres no se resignaron, pese a lo descorazonador de las respuestas recibidas sobre la existencia o no de guardias en el puerto y sobre la dureza policial caso de ser sorprendidos burlando las disposiciones sanitarias: “A las once de la noche, cuando la mayoría de los pasajeros estaban en la cama, cuatro de nosotros nos deslizamos silenciosamente hasta el pequeño bote y remamos hasta tierra”. A Twain y sus compinches, el quebrantamiento de la cuarentena –pese al riesgo de sufrir un arresto de seis meses- les deparó una de las aventuras más novelescas de su viaje, cuando a la noche, tras desembarcar furtivamente y ascender por una colina de caminos cubiertos por resbaladizos guijarros o tupidos de enmarañados zarzales, alcanzan al cabo de unas horas la Acrópolis y ante sus ojos se despliega una escena “extrañamente impresionante”:

Acá y acullá, en pródiga profusión, brillaban estatuas de hombres y mujeres acodados en columnas de mármol, algunos sin brazos, otros sin piernas o sin cabezas, pero todos con aspecto lúgubre y asombrosamente humano. Se levantaban por todos lados y fijaban la mirada en los intrusos de media noche, les atisbaban con pupilas de piedra, desde los rincones y ángulos, desde el fondo de los corredores; les privaban el paso en medio del foro y señalaban solemnemente con brazos sin manos hacia el templo. A través del edificio destechado la luna miraba y rayaba el suelo, oscureciendo los fragmentos y estatuas derribadas, y las esbeltas sombras de las columnas." (Un yanqui por Europa camino de Tierra Santa, Laertes, 1993)

Pero aquello fue la excepción, aunque en ocasiones la rutina policial podía trocarse en un pequeño rito festivo como el que describe Steinbeck en los puertecillos mejicanos del mar de Cortés, hacia 1950:



Aprendimos pronto la rutina de esos puertos. Todos los que tienen o pueden pedir prestado vienen a bordo... El oficial de aduanas, con un uniforme limpio y brillante, el agente de negocios con traje de oficina; luego soldados, si es que hay alguno, y por último los indios, que son los que reman, y quienes raras veces llevan uniformes. Suben a bordo como embajadores. Todos nos estrechamos las manos. La cocina ha sido preparada: el café está a punto y quizá un trago de ron. Se sacan los cigarrillos y entonces empieza el ceremonial de la cerilla. En Méjico los cigarrillos son baratos, pero las cerillas no. Si un hombre desea hacerte los honores, te enciende el cigarrillo, y si tú le has dado uno, debe agradecértelo así. Pero una vez encendido tu pitillo y el suyo, la cerilla todavía está ardiendo, y entonces cualquiera puede hacer uso de ella. En la calle, extraños que necesitan fuego se te acercan rápidamente, encienden su cigarrillo con tu cerilla, saludan y se van. (Por el mar de Cortés, Península, 2005.)

Lo común, por el contrario, en mar o en tierra, era la obligación de soportar un rito mucho más crudo y vejatorio como el que llevó a un hombre tan sosegado y pacífico como Miguel Delibes a redactar esta dura crítica de 1960.

En Natal (Brasil) el viajero ha de soportar una fumigación concienzuda a manos de un indolente mestizo. La escena es humillante. Uno, entre los efluvios del DDT, adquiere conciencia de patatal invadido por las larvas. Por lo visto, Brasil teme una inmigración ilegal de la mosca tsé-tsé. Ello no justifica la actitud agresiva del mestizo. Ser fumigado con la sonrisa en los labios, puede ser soportable; ser fumigado por un ser de mirada alevosa, resulta espeluznante. Uno experimenta la misma impresión que si le asesinaran a sangre fría; que si le disparasen un pistoletazo a quemarropa." (Por esos mundos, Destino, 1970.)



Con razón, poco después el escritor vallisoletano se despacha sobre la antipatía como un mal de fronteras y sobre el clima totalitario que en ellas prevalece: “Son una sucesión ininterrumpida de gestos hoscos y miradas enemistosas; de abierta, injustificada hostilidad”.


P.D. Unamuno también vivió una especie de cuarentena en Hendaya durante su destierro (iniciado en Fuerteventura, de donde se fugó a París, para luego acercarse a Hendaya en 1925, donde vivió su personal cuarentena, por razones políticas). Estando allí, el 13 de febrero de 1926, escribe para Caras y Caretas de Buenos Aires otra crónica, "El Bidasoa", donde leemos:

Aquí se podría escribir también romances fronterizos, pero ¡qué poco románticos! De luchas entre carabineros y contrabandistas. Y ahora, con el régimen de pasaportes y de miedo -miedo de los que dicen que mandan- romances policiacos. Pero lo policiaco destruye toda poesía.

jueves, 21 de mayo de 2009

MARINA TSVIETÁIEVA

Estamos de enhorabuena porque últimamente podemos seguir leyendo a Marina Tsvietáieva, a quien intento seguir desde que leí Cartas del verano de 1926 (Grijalbo-Mondadori, 1993), un fascinante epistolario a tres bandas entre Marina, Boris Pasternak y Rilke.




A veces el azar es amable, aunque inquieta pensar en lo que pudo haber no sido, pues es el caso que en diciembre de 1925 Leonid Osipovich Pasternak (el padre del joven poeta ruso), tras veinte años de silencio, decide felicitar “por su quincuagésimo aniversario a mi antiguo y querido corresponsal”, Rainer Maria Rilke, ingresado entonces en un sanatorio de Valmont (Suiza). La cálida y rápida respuesta que recibe por parte del poeta alemán y su positiva referencia a las “muy expresivas” poesías de Borís que de vez en cuando lee en las páginas de las revistas o en alguna antología provocan la ígnea misiva del joven Borís Pasternak que, no sin dificultades –a diferencia de su familia, exiliada en Berlín, él seguía en Moscú- logra hacerle llegar a su “grandioso y adorado” Rilke, a quien debe, dice, “los rasgos fundamentales de mi carácter, toda la estructura de mi existencia espiritual”.




En esta primera carta queda patente ya el encadenamiento de destino que veremos desarrollarse en las siguientes, pues el mismo día en que tiene noticias de Rilke le llega casualmente a Pasternak una copia a máquina del Poema del fin, de Marina, por entonces exiliada en París. Profundamente impresionado por “ese abismo de lírica hirviente, de frondosidad miguelangelesca y de sordera tolstoiana”, decide escribirle y exponerle a Marina sus ideas sobre la poesía, su concepción de la lírica como la “etimología del sentimiento”. Y el “tema Marina” queda rápidamente incorporado a su correspondencia con Rilke porque Pasternak sabía que aquella profunda y profética coincidencia manifestaba la refracción poética en la que creía.
Amor y Poesía van abrazados en estas páginas en las que Marina comenta los rilkeanos Sonetos a Orfeo o glosa su poema “Desde el mar”; Pasternak le habla a Marina de “El poema de la montaña” y “El cazador de ratas”, o Rilke revela el éxtasis que vivió cuando creaba las Elegías a Duino. Es precisamente la última de ellas, dedicada a Marina, la que contiene un par de versos que cifran el sentido último de este epistolario, depósito y cauce de un imposible encuentro entre sus protagonistas:

Arrebatados cuán lejos, Marina, y cuán dispersos
Aun en el más íntimo pretexto. Donadores de signos, no más.


Después leí Indicios terrestres (Cátedra-Versal, 1992), fragmentos de los diarios de MT escritos entre 1917-1919, cuando el huracán de la revolución la embistió brutalmente, llevándola de un lado a otro. Fechado en Moscú, 1918, este párrafo:

El andén está vivo. No hay donde poner el pie. Y siguen llegando nuevos: un hombre parecido a otro, una mujer idéntica a otra. No son personas con sacos, los sacos están sobre las personas. (Mentalmente, con odio: ¡allí está el trigo!. ¿Y cómo hacen los hombres para reconocer a las mujeres? Ropas de estameña, pellizas… Arrugas, pieles de ovejas…No son hombres ni mujeres, son osos: neutro.





Le tocó el turno después a Mi Pushkin (Destino, 1995), un breve libro que, como muchos otros de MT), combina la narración, el recuento autobiográfico y el ensayo literario, repleto de sugerencias, como las de estas líneas:

Pero no puedo, en nombre de quien soy ahora y de quien fui en la infancia, dejar de decir que las preguntas en los versos son un recurso que provoca irritación, aunque sólo sea porque cada uno de los “¿por qué?" exige y presagia un “porque” y esto debilita el valor de todo el proceso, convierte íntegro el poema en un intervalo, encadenando nuestra atención al objetivo final, un objetivo externo, que no debe existir en el poema.




En este reciente viaje a Almería me acompañaron dos tomitos de Marina Tsvietáieva: Natalia Goncharova. Retrato de una pintora (Minúscula, 2006). Si consideramos que la mujer retratada en estas páginas, la pintora vanguardista que vivió entre 1881 y 1962 compartía nombre y apellidos con la legendaria esposa de Pushkin… el interés y el atractivo de la lectura están garantizados de antemano.

En Viva voz de vida (Minúscula, 2008), Marina reconstruye su amistad con el poeta y el pintor Maximilián Voloshin (que arranca con una divertida anécdota entre el hombre maduro y la adolescente), el “constructor de destinos”, anfitrión en su casa de Crimen de figuras tan destacadas como Ossip Mandelstam, Andrei Biély o Alexander Blok.
(Y … a los más cañeros debo decirles que, para aprovechar mejor mis lecturas de Marina Tsvietáieva, también me llevé los ensayos escogidos de Joseph Brodsky –Menos que uno, Siruela, 2007- para releer sus dos soberbios ensayos dedicados a ella: “Una poetisa y la prosa” y “Nota al pie de un poema”. ¡Son tan iluminadores sobre la razón vital y poética de la escritura de MT…! Sin olvidar que Brodsky en este libro también nos ayuda a entender a Ajmátova, Dostoievsky, Cavafis, Montale o Mandelstam, de cuyo Viaje a Armenia de 1930 –Córdoba, Argentina, Alción Editora, 2004- hablaré un día, si vuelvo a recordarlo).


martes, 19 de mayo de 2009

LILI MARLEEN

Hace unos días, mi querida Rosa Sala Rose me mandó un e.mail en el que anunciaba que se había decidido a crear un Blog (que os recomiendo por lo que apunto a continuación). Desde hace unos años formo parte del jurado de Ensayo de los premios Ciudad de Barcelona y recientemente, cuando ella quedó finalista con el soberbio libro El misterioso caso alemán (Alba Editoria, 2007), la reencontré y me contó que había sido alumna mía en 1987. ¡Uf! Desde entonces (quiero decir desde hace un par de años) seguimos en contacto. Así que cuando publicó su reciente libro Lili Marleen. Canción de amor y muerte (Barcelona, Globalrhythm, 2008), decidí reseñarlo porque me gustó mucho.



Y como, ya que no en la vida pero sí en el Blog soy conservadora y rentista… he decidido reproducir hoy la reseña que le dediqué (publicada en el número 77 de la revista Clarín), en la que hablo de otro librito de un autor que desde joven me acompaña.


Siempre he tenido una gran predilección por un breve relato de Stefan Zweig, “El genio de una noche”, incluido en Nuevos momentos estelares de la Humanidad. En él, el gran escritor vienés nos traslada a la noche del 25 de abril de 1792, cuando el magistrado y burgomaestre Dietrich le pregunta a su amigo, el joven capitán del cuerpo de fortificaciones Rouget de Lisle, si no querría aprovechar la oportunidad patriótica –Francia acaba de declarar la guerra al emperador de Austria y al rey de Prusia- para componer una poesía destinada a las tropas que se dirigen al frente, una canción guerrera para el ejército del Rhin que al día siguiente deberá marchar contra el enemigo. A las pocas horas, ya de madugada y de manera casi inconsciente, “escribe las primeras líneas, que no son sino el eco, el retumbar, la repetición” de las exclamaciones que poco antes oía por las calles de París:

Allons, enfants de la patrie,
Le jour de gloire est arrivé.


En sólo dos meses, ya con la Revolución desatada, La Marsellesa se convertiría en el canto de un pueblo y de un ejército.

Pues bien, ahora nos enfrentamos a una historia que en parte participa de algunos rasgos (las contradicciones, la increíble popularidad de la canción, su impacto) de la que nos cuenta Zweig, con la peculiaridad de que su autora dispone de mucha más documentación para contarla en un amplio relato, donde Rosa Sala Rose cuenta con todo lujo de detalles la génesis y el fulgor de una canción que conmovió el mundo en una época especialmente turbulenta y que llegó a convertirse en símbolo universal de la paz. Su autor, Hans Leip, llegaría a ser un discreto poeta del que el prestigioso crítico literario Marcel Reich-Ranicky incorporaría tan sólo esa composición, Lili Marleen, en su antología personal de la poesía alemana (2003). La canción había nacido en Berlín, también en una noche de abril, la del 3 al 4 de 1915, mientras su autor (joven oficial que al día siguiente debía incorporarse al frente de los Cárpatos: estamos en la Primera Guerra Mundial) hacía guardia en una entrada lateral del cuartel, “mientras la lluvia chispeaba en el cerco de luz que proyectaba una farola”, y Hans Leip susurraba Marleen (una joven enfermera con quien mantenía una fugaz relación) pero pensaba en Lili (en realidad Betty, la hija de los vecinos verduleros, a quien él había rebautizado como Lili, en memoria del primer amor de Goethe y destinataria del conocido poema “El parque de Lili”, cuyos ecos naturalmente resuenan en la composición de Leip) y a la inversa, y tras haber acertado a pasar por allí la propia (real) Marleen, según recuerda él mismo en su autobiografía. “Como por arte de magia, verso a verso, se iba configurando un poema anotado musicalmente en el resplandeciente reflejo del asfalto”, escribe.



Vor der Kaserne
Vor dem grossen Tor
Stand eine Laterne,
Uns steht sie noch davor,
So wolln wir uns dort wiedersehn,
Bei der Laterne woll wir stehn,
Wie einst, Lili Marleen

Delante del cuartel,
frente al portalón
había una farola,
y si ésta estuviera todavía,
allí nos volveríamos a ver.
Junto a esa farola nos gustaría estar,
Como antes, Lili Marleen.

(Le ponéis, por favor, el cuerpo y la voz de la Dietrich)
Es la primera de las cinco estrofas que llegará a tener Lili Marleen.

De la génesis, difusión y sentido de esta melancólica canción, de su historia o biografía (como si de un ser real se tratase) nos habla Rosa Sala Rose en este apasionante libro. También de sus mutaciones y asimilaciones y hasta apropiaciones indebidas (que el lector podrá escuchar en el CDRom que acompaña al volumen).

Vean, si no, con qué letra la cantaban los soldados españoles de la División Azul (y sobre todo, ríanse):

Cuando vuelva a España
Con mi División
Llenará de flores
Mi niña su balcón.
Yo seré entonces tan feliz
Que no sabré más que decir:
Mi amor, Lili Marlen,
Mi amor es para ti.




Y ya me gustaría a mí saber qué poeta joséantoniano tradujo el bellísimo poema con letra tan ñoña y acursilada.

domingo, 17 de mayo de 2009

ALMERÍA

Como muy bien saben mis alumnos, recientemente he estado en Almería, invitada por las profesoras Isabel Giménez, Isabel Navas y Pepa Romero a participar en un curso que ellas organizaban, junto con otros colegas de la Universidad.
Cuando (raramente) suceden estas cosas, suelo aceptar la invitación si el viaje me interesa por sí mismo o si me va a permitir reencontrarme con alguien a quien añoro. Viajar a Almería, en concreto, iba a permitirme estar con mi querida amiga Marisé Lasaosa, formada en la Escuela de Arquitectura de BCN en los setenta y hoy arquitecta de renombre que figura en la Guía de la Arquitectura del siglo XX.

Me fui el finde anterior al evento para disfrutar de su casa, de su conversación, de su tiempo, de las programaciones musicales de su marido Santi (gran conocedor de jazz y otras músicas) y… de su recién llegada Tula: una perrita de seis meses de cuya excelente educación Marisé se sentía muy orgullosa (no merodeaba alrededor de la mesa cuando comíamos o cenábamos, nos salía a recibir entusiasmada al regresar a casa, etc.). Hasta que… una mañana Tula descubrió el café y le gustó. Yo leía indolente en un cómodo sillón bajo (tiene paternidad, pero la he olvidado: no era la butaca Barcelona de Mies van der Rohe pero sí otra de esa línea), con mi tacita reposando directamente sobre el suelo, cuando oigo un ruidoso lambeteo y… Tula bebiéndose mi café. Al ser sorprendida, cesó de inmediato en su actividad y se retiró sumisa.
Sin embargo, intrigada, a los pocos minutos rellené la taza con un “culín” de café y al poco me levanté para dejarla sola, Y hay que ver cómo lo sorbió y relamió Tula hasta dejar la taza más limpia que una patena.
(Me cuenta Marisé que el miércoles por la mañana, cuando yo ya no estaba allí, Tula me buscaba por toda la casa. Yo creo que tenía mono y en realidad buscaba café.)

Bien, aparte de los interiores, con Marisé me fui de excursión al desierto. Primera parada, Los Albaricoqueros (no Tabernas, ¡ojo!), donde se filmaron películas del gran Sergio Leone y el no menos grande Clint Eastwood: “La muerte tenía un precio”, “El bueno, el feo y el malo”….

Luego nos fuimos a “El cortijo del Fraile”, hoy casi en ruinas pero espacio mítico donde sucedió la tragedia real que inspira el famoso drama de Lorca Bodas de sangre.
Al cortijo se llega tras un desvío de kilómetro y pico, por un ancho y hermoso camino de tierra rojiza, flanqueado por grandes chumberas, esbeltas pitas y cardos liláceos.
Yo había leído algo sobre las cortijadas (recuerdo bien el libro de Antonio Rosado Tierra y Libertad. Memorias de un campesino anarcosindicalista andaluz, en Crítica, 1979) pero nunca había visto ninguna. Tienen un enorme patio interior, horno, cochiqueras, pozo, aljibe (lo único que han pintado). Y éste tiene además una capilla y una cripta para doce nichos:












Luego pasamos por Rodalquilar y sus minas de oro y las casitas de los obreros, hoy también reducidas a la ruina por otro de los muchos despropósitos que nos caracterizan.

Finalmente, descansamos de tanta tristeza en la Isleta del Moro, al atardecer.

Era uno de los rincones favoritos de José Ángel Valente cuando vivió en Almería, según me contó Marisé, que trató al poeta en aquellos años. Y también del aclamado Houelbecque







Y en esa playa de 240 metros de largo se filmó “El pájaro de la felicidad”, de Pilar Miró. Y allí, en aquella calita virgen, recordamos el triste final del paso de la noble cineasta por nuestra vida política, mientras leíamos la prensa y Camps y el Algarrobito y…

(Las fotos las tomó Marisé Lasaosa Castellanos, y tienen copyright. ¡Aviso!)



viernes, 15 de mayo de 2009

OTRAS ISLAS


Manuel de Lope (Burgos, 1949) es otro de esos escritores a los que he seguido desde que Carlos Barral editó en 1978 la muy proustina Albertina en el país de los Garamantes (véase Heródoto, IV, 194, para todo lo relativo a esta tribu nómada de Libia) y Labios de vermouth (en 1983, irremediablemente ya en el sello Argos Vergara). Así, no será casual que el autor dedique su última novela, Otras islas, a su primer editor, aunque sí es ya más azaroso que quien se la publica en RBA (2009) sea Malcolm Otero Barral, el nieto del poeta y también excelente editor.
Leí Otras islas durante las pasadas vacaciones de Pascua y me volví a estremecer al reencontrar en las primeras páginas un dato real que ahora el novelista traslada a un personaje de ficción, enigmático y atávico, muy sombrío (casi negro) y atractivo. El dato procede de Iberia (dos espléndidos volúmenes de viajes por España aparecidos hace cuatro o cinco años en Debate), de cuando el autor visita la casa natal de Goya en Fuendetodos.




Hablé del asunto en un artículo que trataba del peregrinaje al “lugar del genio” y del interés que este tipo de visitas tienen para ciertos viajeros, tema del que Manuel de Lope ofrece una posible y muy interesante explicación. Para el autor, la casa natal del genio es un espacio que no le parece que se justifique por sí solo, sin más, sino por razón de un orden superior, íntimo y personal, relacionado “con un sentimiento que atribuye a los lugares donde un gran hombre ha nacido cierta categoría intemporal, quizá la misma que uno sentiría al tener y sopesar en la mano su calavera. El lugar donde un gran hombre vio por primera vez la luz del día expresa de manera más intensa, por lo incierto de lo que iba a ser después su vida, el famoso to be or not to be, que en el estado de calavera es cosa ya decidida y realizada”.

¿Será por casualidad que esta reflexión arranque cuando, en Fuendetodos, el viajero averigua de labios de una descendiente de Goya que su abuela, cada primavera, arrodillada junto a un caldero de sangre fresca, frotaba con ella el suelo de la casa donde vivía? Seguramente no es casual, porque a continuación Manuel de Lope escribe:

"… la visita a la casa de Fuendetodos aportaba un elemento profundamente dramático, español y goyesco, y eran aquellos suelos impregnados de sangre. Uno pensaba en la sangre que se derrama en el primer plano de los Fusilamientos. Ciertas cosas pueden tener su importancia en la biografía de un gran hombre y no podía ser la menor haber nacido en un lugar donde los suelos se lavaban con sangre."

Bien, pues este dato reaparece en Otras islas, en esa inquietante María Antonia, a quien se le aparece su abuela o su madre, que “fregaba con sangre las baldosas de la cocina. Se oía una canción en la radio. A su lado había un caldero de sangre. Cuando su madre advertía la presencia de su hija dejaba de fregar…” (p. 21). “Fregaba las baldosas con sangre de cerdo. Tenía los brazos manchados de sangre hasta el codo, como si llevara unos largos guantes rojos” (p. 75)



Y también me gustó mucho encontrar este verso:

Amor, amor, amor, si fueras muerte


que pertenece al poema que Gil de Biedma, Juan Marsé, Ángel González y otros dedicaron a Rosa Camps, “la Marquesa”, protagonista de la excelente novela de Manuel de Lope Bella en las tinieblas (Alfaguara, 1997), un personaje real del que también nos ha hablado Caballero Bonald en sus memorias (La costumbre de vivir).



Y como aquí sólo se trata de incitar a la lectura (la buena, la de verdad), creo que por hoy ya hay bastante. Además, aún recuerdo la inscripción en la Iglesia de San Esteban, en Sos:

De toda palabra ociosa
Darán los hombres cuenta rigurosa.
(1681)

martes, 12 de mayo de 2009

BARCELONA , FERIANTES

Empiezan las conmemoraciones del centenario de la Semana Trágica barcelonesa y busco en la memoria un episodio real referido a las ferias de antaño, una forma de diversión popular y un muy genuino espectáculo.
A principios del pasado siglo, y aun antes, en las ferias había de todo: tenderetes donde se vendían rosquillas del Santo cuya fiesta patronal se celebraba, avellanas tostadas, almendras garrapiñadas u otras golosinas; había los tiovivos, el Pim-Pam-Pum de la risa o el carro del Titirimundi; había los fotógrafos al minuto, y las barracas de las rifas y del tiro al blanco, y el gabinete de los espejos cóncavos y grotescos que tanto asustaban. En algunas ferias, las de las capitales de provincia u otras ciudades medianas, había plazas de toros y un pequeño circo donde, además de las bestias, se exhibían los freaks (frikis, según mis hijos) : la mujer barbuda, el hombre-pez o el gigante aragonés. A veces en las ferias se exhibían también hombres tatuados. En algunas había incluso un modesto museo de cera.





En uno de estos museos, en El Santander de hacia 1900, un feriante anunciaba su “maravillosa y sorprendente colección de figuras de cera, todas de tamaño natural". Ya desde el siglo XVI, tal como muestran los retratos en cera que se conservan en el Louvre, la cera se había probado ser un buen material para la expresión artística, especialmente para escenas de carácter dramático o trágico, simplemente, para las expresiones de violencia, dado el realismo tosco y bárbaro, muy similar al de las primitivas tallas de madera, de las figuras de cera, que, en el siglo XIX, sin embargo, fueron perfeccionándose bastante. Pero en la colección del feriante de Santander aquellas figuras no habían alcanzado aún el refinamiento de las que se mostraban en el Wax Museum londinense o en el parisino Museo Grevin. Aquel feriante, en las vitrinas de su pequeño museo, además de a Juana Weber, la secuestradora de niños, y al célebre Pranzini, el galante asesino de mujeres, con sus víctimas, mostraba la explosión de la bomba en el patio de butacas del Liceo barcelonés que el anarquista Santiago Salvador lanzó en 1892, durante la representación de la ópera de “Guillermo Tell”.

El pintor Gutiérrez Solana, recuerda, en La España Negra (1920) aquella escena que vio representada en el museíllo de cera de una feria: “La gente, vestida de frac, huye atropellándose; una mujer, muy escotada, con un collar de perlas al cuello y en la mano un abanico de plumas, con la cara desencajada y con los ojos cerrados como si estuviese durmiendo, tiene apoyada la cabeza en el hombro de un caballero, que está con la cabeza colgando del respaldo de la butaca y la pechera de la camisa llena de sangre; ella tiene las piernas arrancadas y las enaguas chorrean sangre. En el suelo se ven colas de trajes blancos, arrancadas por las pisadas, y montones de zapatos, abanicos y chales, y muchos muertos de bruces; en las paredes del teatro hay estampadas huellas sangrientas de manos abiertas y secos estrellados; ancianos calvos muertos, con los brazos en cruz y toda la ropa destrozada por la explosión, después de haber sido lanzados al aire. Estas grandes figuras tienen grandes churretes de cola por la ropa; y los zapatos están de una manera grosera pegados. Algunas de ellas, por el calor, tienen despegados los brazos y las manos, y la cera se ha derretido en las orejas y parece que están llenas de miel; pero todas vestidas con gran lujo de alhajas y sedas”.





Por esos mismos años, en su infancia, durante la romería de la Aparecida, que inexcusablemente se celebraba en todos los pueblos montañeses (cántabros), Gutiérrez Solana tropezó con un hombre que portaba un gran cartelón que por detrás mostraba una serie de cuadros pintados que representaban la Semana Trágica de 1909: “la sangrienta semana de Barcelona: los conventos de frailes y de monjas incendiados, saliendo desnudos y descolgándose por las ventanas, y las iglesias saqueadas y llenas de bombas de dinamita sus altares. El fusilamiento de Ferrer, en capilla y sus últimos momentos, al caer de bruces por la descarga, con el pañuelo atado a su frente tapándole los ojos en los fosos del castillo de Montjuich”.


¡Ay! Las vitrinas y cartelones de antaño eran sin embargo una variante ingenua y primitiva, pero igualmente popular, de los perfeccionados productos que hoy nos siven sin tener que introducir monedas en la ranura o..


Otro día hablaré de Unamuno y la Semana Trágica (o de Ferrer i Guardia).

viernes, 8 de mayo de 2009

IDEA VILARIÑO (II)

Dado que he advertido el (nada) sorprendente (aunque sí gratificante) interés por Idea Vilariño, justo es rendirle tributo y hablar un poquito más de ella, así, a vuelapluma, y guiándome sólo por los signos de mi lectura de "La vida escrita" marcados a lápiz en el margen lateral de esas páginas, donde Ana Inés Larre Borges confiesa que se propone reunir en ellas los materiales inéditos (cartas, testimonios, dos raras y extensas entrevistas, pasajes de su diario íntimo, canciones y otras notas cotidianas)que ilustren "todo aquello que empujó tanto dolor y belleza en el alma nocturna de Idea".

Wilfredo Penco, Presidente de la Academia Nacional de Letras de Uruguay, ha glosado la mítica foto parisién que enmarca la edición de la Poesía Completa:

"Vestida de negro, con un aire de desamparo, pero también desafiante y seductora, sus ojos rasgados y la mirada triste y a la vez penetrante, los pómulos que recortan con mayor precisión el anguloso rostro, hermosa en su misterio de mujer solitaria, así se la ve en una foto atantas veces reproducida que la compone casi de cuerpo entero en medio de un patio parisino, foto que ha transportado, junto a su poesía, su imagen y su leyenda".

(Esperemos que sí, que también la foto haya servido para transportar la poesía de Idea Vilariño, aunque soy escéptica... Por eso me negué a airear más lo de sus amores con JCO).

Y ahora habla de Idea nuestro Juan Ramón, que la conoció en el Uruguay de 1948:

"Me gustaría verla ahora, haber seguido viéndola, querida Idea enlutada con verde mirar lento, para haber llegado a besarle de veras su corazón (que siempre puede besar el invierno a la primavera).
La he recordado cada día, y a Claps le he preguntado por su vida, que era tanto como preguntarle por usted, y la quiero, la quiero, Idea Vilariño, hija del padre que usted dice.
¿Por qué me ha defendido? No se preocupe, como no me preocupo yo. El tiempo es mi amigo de siempre y siempre me ha puesto en mi sitio. Y es con el tiempo que va uqien lo desee, está la jente que conoce a la jente. Y está la gentuza que conoce a la jentuza. No me defienda, Idea.
El poema que me manda, tan penetrante y acentuado, tan patético a lo vivo, quiero leerlo en mí. Recuerdo a la poesía escondida. ¿Me deja leerlo, leerla?
Estoy pensando (si el barco retrasa algo más su salida) ir otra vez a ver a usted y a ustedes. Sí, querida Idea, sigo sintiendo su mano en mi mano contra su cadera derecha junto a un balcón de un hotel de una ciudad que le guarda. Y la seguiré sintiendo.
Con un beso.
JUAN RAMÓN

Bueno, pues ya diréis.

(Los intringulis de que habla JR obedecen a cierto conflicto habido en Montevideo por la presencia allí entonces de José Bergamín. Otro tema!)

jueves, 7 de mayo de 2009

JOVELLANOS x VALENTE

El pasado verano me quedé bastante alucinada de cómo, hasta en el último rincón de nuestra piel de toro, celebraban indiscriminadamente los eventos del 1808. La cosa, en sí, no me inmutaba mayormente (para algo se habrá fundado esa institución que se llama algo así como la Sociedad de las Conmemoraciones), aunque, ya en mi terruño me sorprendió que los alcaldes socialistas de la zona se sumasen a según qué eventos(ignorando que determinadas victorias nacionales eran derrotas locales.

Este abril, para aliviar la supuesta crueldad del mes, estuve en el Museo del Prado, visitando la gran exposición de Francis Bacon. Luego me sumergí en la deliciosa (aunque muy breve) muestra de los prerrafaelistas sobre el tema de “La bella durmiente”, y después, reconfortada por esas luminosas piezas, me acerqué a Goya. Y ya allí, al pie del famoso retrato de Jovellanos, que pintó Goya durante el brevísimo periodo del mandato ministerial del escritor, que fue de noviembre de 1797 al 15 de de agosto de 1798, recordé un espléndido texto de José Ángel Valente en el que el poeta reflexiona sobre las relaciones entre inteligencia y poder, trazando esta bella y acertada estampa de quien le parece fue “el más ponderado y fino espíritu de la Ilustración española”:



"Es éste el retrato de un melancólico: remite al ángel de Durero [...] Sí, es el retrato de un melancólico. La mirada errabunda, lejos del libro que reposa en la rodilla derecha. La inclinación de la cabeza. La secreta visión del personaje, que no remite ni a punto ni a lugar, sino a una distancia o a un sueño [...] El personaje del retrato que Goya pintó, no obstante el predominio de las luces blancas en la figura, no parece haber salido aún enteramente de esa noche. ¿Fragmentos de la noche que el melancólico lleva siempre consigo? "
(“Invitación a la melancolía”, El País, Lunes 31 de octubre de 1988, p.13.)


La destitución no tardó en llegar. Y de ahí, al poco, el prendimiento y el destierro. El 13 de marzo de 1800, Jovellanos es arrestado en su domicilio de Gijón y conducido a Mallorca, a donde llega el 18 de abril, y queda confinado en la Cartuja de Valldemoso para ser luego encerrado, el 5 de mayo de 1802, en el castillo de Bellver, donde permanece casi seis años, hasta el 22 de marzo de 1808, a poco de la subida al trono de Fernando VII.

Allí redacta la Descripción del Castillo de Bellver, posiblemente la más sobresaliente pieza literaria de Jovellanos y en la que encontramos un salto cualitativo respecto a textos anteriores en lo que al sentimiento de la Naturaleza se refiere y, por consiguiente, también a la expresión literaria de dicho sentimiento, es decir, a las descripciones. Por ello, una célebre viajera, cuyo relato de su invierno en Mallorca pasa –un tanto inexplicablemente, si nos atenemos a lo literario strictu sensu- por ser una cima de la literatura de viajes sobre la isla mediterránea, George Sand, tendrá un delicado recuerdo para el ilustre cautivo de Bellver:



"Don Gaspar de Jovellanos, uno de los más elocuentes oradores y de los escritores más enérgicos de España, expió allí su célebre folleto “Pan y Toros” […]. Entretuvo sus tristes ocios describiendo científicamente su prisión y reconstruyendo la historia de los trágicos acontecimientos de que había sido escenario durante las guerras de la Edad Media. // Los mallorquines deben también a su permanencia en la isla una excelente descripción de su Catedral y de la Lonja. En una palabra; sus Cartas sobre Mallorca son los mejores documentos que se pueden consultar al efecto" (Un invierno en Mallorca, Palma de Mallorca, Ediciones La Cartuja, 1975, pp. 80-1.)

(Hoy, gracias a Antonio Elorza, ya sabemos que el célebre panfleto no fue redactado por Jovellanos, sino por León de Arroyal).

lunes, 4 de mayo de 2009

IDEA VILARIÑO

Cuando tanto entomólogo de la literatura –como les llamó Steiner- nos vende hoy el producto de la aplicación de las sucesivas plantillas suministradas por los estructuralistas, los malabaristas de la gramática o los estadísticos de otras varias disciplinas, resulta oxigenante, sugestivo y grato –además de aleccionador- leer un libro que pertenece a lo que los franceses llaman critique d’ecrivain: es decir, el ensayo literario hecho por los artífices de la literatura –los escritores-, poco atendido o considerado en nuestros pagos pese a contar con la tradición que tenemos . Nunca oculté mi debilidad por esos libros, y cuando leí y reseñé el reciente ensayo de Mario Vargas Llosa sobre Juan Carlos Onetti (El viaje a la ficción, Alfaguara), pensé que en una de estas entradas hablaría de IDEA VILARIÑO, la gran poeta uruguaya a la que Onetti dedicó Los adioses (1954).

No hablaré de la relación entre ellos. Pero sí recordaré que estos días en Alcalá, cuando se especulaba sobre el próximo Premio Cervantes (atendiendo al riguroso turno establecido), alguien (importante) habló de ella.




No podrá ser. Idea Vilariño falleció en Montevideo el 28 de abril de 2009. Y a mí la noticia me pilló sin cumplir con lo que me había propuesto desde hace unos meses, y que me llevó a pedirle a mi querido amigo Ariel Collazo (exiliado en BCN durante la dictadura, finalmente regresó a Uruguay hace ya demasiado tiempo) que me mandase la Poesía Completa de Idea Vilariño, apenas divulgada aquí, salvo por una Antología de Visor. Mi querido Ariel no sólo me mandó ese espléndido volumen (Poesía Completa, Montevideo, Cal y Canto, 2007) sino otro de esos libros “lujosos” que glosan la vida y la obra de un autor: Idea Vilariño: La vida escrita (Montevideo, Cal y Canto, 2008), con cartas, textos de amigos (Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Juan Gelman) y bellísimas fotografías.

Tras leerlo, supe más de ella. Supe que su nombre, extraño y subyugante como el de sus hermanos (Alma, Azul, Poema y Numen); se debía al padre, Leandro Vilariño: poeta secreto y anarquista que ponía a sus hijos nombres afines a su ideal libertario. A ellos, Idea les dedicó el poema “Quiénes son” (1953), de Nocturnos:

Quiénes son quiénes son
metidos en mi vida
imponiendo ternura
espectros como yo
momentáneos y vanos
iguales a las hojas que pudre cada otoño
y no dejan memoria.
Quiénes son quiénes son.
Son éstos y no otros
de antes de después
frutos de muerte son
sin remedio sin falta
irremisiblemente
antes o después
muertos
tan fugazmente cálidos alentando y erguidos
y amando por qué no
sin conjugarse nunca
amando sin pavor
la otra alma el otro cuerpo
la otra efímera vida.
Quiénes son quiénes son.
qué camada de muertos para el suelo que pisan
qué tierra entre la tierra mañana
y hoy en mí
qué fantasmas de tierra obligando mi amor.



Y supe muchas otras cosas que sería largo compartir aquí. Quiero mencionar, eso sí, un hermoso y certero texto de Antonio Muñoz Molina que expresa muy bien cómo nuestra generación se acercó a la obra de una mujer cuyo nombre -no menos que su leyenda- nos acompañaba desde la lectura de Los adioses, de Onetti. Justamente uno de sus últimos poemas se titula así, “Los adioses” (2001):

Morirse
no morirse
y estarse triste repartiendo adioses
moviendo
adiós
apenas
el pobre corazón como un pañuelo.


Por último uno de mis preferidos, “El amor”, del poemario Dónde (1970).

Dónde el sueño cumplido
y dónde el loco amor
que todos
o que algunos
siempre
tras la serena máscara
pedimos de rodillas.


domingo, 3 de mayo de 2009

GIJÓN x GUELBENZU

Casi nunca paseo por Gijón, pero recientemente sí lo he hecho.

Y si durante mucho tiempo caminé por Oviedo recordando páginas de Clarín o de Dolores Medio (por no hablar de los ilustres viajeros que nos dejaron sus crónicas), en Gijón, solía recordar los poemas que César Vallejo le dedicó a la ciudad "caída" en España, aparta de mí este cáliz (noviembre de 1937):

Varios días el aire, compañeros,
muchos días el viento cambia de aire,
el terreno, de filo,
de nivel el fusil republicano.
Varios días España está española.

Varios días el mal
moviliza sus órbitas, se abstiene,
paraliza sus ojos escuchándolos.
Varios días orando con sudor desnudo,
los milicianos cuélganse del hombre.
Varios días el mundo, camaradas,
el mundo está español hasta la muerte.

Varios días ha muerto aquí el disparo
y ha muerto el cuerpo en su papel de espíritu
y el alma es ya nuestra alma, compañeros.
Varios días el cielo,
éste, el del día, el de la pata enorme.

Varios días, Gijón;
muchos días, Gijón;
mucho tiempo, Gijón;
mucha tierra, Gijón;
mucho hombre, Gijón;
y mucho dios, Gijón,
muchísimas Españas, ¡ay!, Gijón.

Camaradas,
varios días el viento cambia de aire.

Por fortuna, ahora también puedo recorrer Gijón con otra memoria, porque esta vez, irremediablemente, me dejé llevar por el descubrimiento de la ciudad que hace Mariana de Marco, la estupenda juez-detective del nuevo ciclo narrativo iniciado por J. M. Guelbenzu (autor tan devoto del "cholo" Vallejo como su Mariana lo es de Flaubert). No sólo porque no abunden las obras que tengan por escenario a “la pequeña Barcelona” (como se llamaba a Gijón durante el –allí- corto verano de la anarquía), sino porque en Un asesinato piadoso recorremos el Gijón de hoy.





Lógicamente, no hablaré de la protagonista de todas estas novelas, la juez Mariana de Marco, que ha ido creciendo y agrandándose a ojos del público lector (que también crece y crece), no sólo en el plano profesional, al pasar de un primer destino en San Pedro –una pequeña villa costera cántabra- a Villamayor –una población mediana, situada en el interior de la provincia aunque próxima a la capital- y ahora a Gijón. Ni tampoco hablaré de la intriga, con el deliberado propósito de estimular la sana curiosidad del lector.


Pero sí hablaré de Gijón vista por Guelbenzu: una ciudad de provincias, pero una población activa y moderna, portuaria, con un importante tejido industrial y comercial; nuevo escenario que Mariana recorre y explora, dando así cabida en las páginas de la novela a finísimos pasajes donde se explora el pulso de la ciudad y las transformaciones urbanísticas recientes, aspecto éste –la plasmación de los espacios, el dibujo de atmósferas y ambientes- donde reencontramos al mejor Guelbenzu.
¿La prueba? Sólo un breve párrafo (dado que no me siento Bartleby):


"Prefería correr por la playa, salvo que hubiera pleamar, porque el Paseo Marítimo le gustaba sólo a medias. La ciudad se abría al mar con amplitud y belleza y le encantaba todo el interminable barandal de hierro forjado y los accesos a la playa, con sus escaleras nobles y su aire finisecular; pero del otro lado del paseo y los árboles, los viejos edificios que albergaron las relaciones de la ciudad con el negocio del mar habían sido sustituidos por los muy vulgares edificios levantados en los años del desarrollismo, feos cubos llenos de ventanas, atacados por el viento y el salitreque los deterioraba en vez de ennoblecerlos como ciudad portuaria y que se alzaba como una ofensa al gusto por la tradición. Los sesenta fueron años en los que el dinero zafio confundió lo antiguo con lo viejo y derribó la vieja nobleza tradicional de navieros y consignatarios para convertirla en hormigueros de cemento y ladrillo. Tan sólo algún edificio antiguo sobrevivía para mostrar lo que fue y lo que era el paseo, como un reproche orgullosos y resignado a la vez”
(J. M. Guelbenzu: Un asesinato piadoso. Alfaguara, 2008, p. 67)

Lo dicho: que como no me siento Bartleby, pues no prosigo… Estas breves líneas retratan muy bien la conmoción de quienes, habiendo conocido cierto Gijón amable, se lo reencontaron después… irreconocible. Por fortuna, Guelbenzu en su novela recoge su reciente renacer.


Otra invitación a la lectura, como siempre.