miércoles, 25 de febrero de 2009

FRANCIS CASAVELLA

-¿Cómo sabes que mis amigos me llaman Francis? -se atrevió por fin a preguntarme Casavella (poco antes de despedirnos) la única vez que quedamos para tomar un café y conocernos personalmente.

Fue hace casi un año: el 11 de marzo de 2008, en L'Aribau.
Unas semanas antes, cuando preparaba el libro Ronda Marsé, me había atrevido a telefonearle, pese a ser consciente de que andaría atareado con la corrección última de Lo que sé de los vampiros, la espléndida novela con la que obtuvo el Premio Nadal. Pero lo cierto es que andaba ansiosa de averiguar si él, un escritor de estirpe marseana y que colaboraba en la prensa con asiduidad, tendría algún texto sobre Juan Marsé que yo desconociera y... bla, bla, bla.
Literalmente. Cuando lo telefoneé me salió el contestador y dejé un mensaje. A las dos horas sonaba el teléfono de mi casa: Al habla, Casavella.

Empecé por disculparme por las molestias y por presentarme (esa época andaba yo muy missing), pero no fue necesario:
-Si acabo de estar contigo -dijo, cortando mis disculpas.
Silencio.
-Sí, con tu Moratín.
Para documentarse sobre el siglo XVIII español, por lo visto Casavella se había leído una edición hecha por mí de las Apuntaciones sueltas de Inglaterra (1890), de don Leandro Fernández de Moratín.
Huelga decir que a este primer encuentro "verbal", en el que de inmediato sintonizamos hablando de mil cosas, le siguió un sosegado aunque torrencial intercambio de e.mails durante un mes, plazo de tiempo en que tardó en aparecer mi reseña de Lo que sé de los vampiros en la revista Letras Libres y que puede leerse en Internet.



Después llegó ese encuentro en el café L'Aribau, donde le conté que, con anterioridad, diez o doce años antes, quizás, nos habíamos cruzado en la enoteca que el Señor de Perellada montó frente al templo de Santa María del Mar, una noche en que Francis (como le llamaban sus amigos) protagonizaba la barra, y yo los observaba y escuchaba, y me divertía escudándome en el anonimato.

Soy consciente de la elipsis practicada en esta evocación. Es deliberada, porque pienso rellenar los huecos el próximo miércoles día 4 de marzo, cuando en el Aula Magna de la Universidad de Barcelona (Gran Vía de les Corts Catalanes, 587), a las 19:00 horas nos reuniremos para recordar a un gran escritor, Francisco Casavella, que también fue estudiante de nuestra Facultad.
En el acto intervendrán Adolfo Sotelo, Lluis Izquierdo, Ignacio Vidal-Folch, María José Sánchez-Cascado y Josep Catasús.

¡Os espero a todos los incondicionales!



viernes, 20 de febrero de 2009

BARCELONA AMERICANA

Los lectores empedernidos o viciosos, aunque no hipócritas ni tampoco amigos (como se les solía llamar, entre el veneno y la ironía tan propios del almibarado acíbar de los tiempos antiguos, en que de todo hubo), pero sí curiosos, descubren, a veces, joyitas ante las cuales reaccionan con un entusiasmo que puede parecer propio de la sentimentalidad (¿blanda, tierna?) que nos suele unir a ciertos espacios de una ciudad que creemos nuestra, Barcelona, pero que últimamente nos resulta incómoda (además de muy cara: costosa, no querida) y por eso la esquivamos, con pesar y nostalgia.

Pero cuando un libro te descubre que, tras tal o cual edificio "cotidiano" (aunque a la vez artístico-monumental, por el que cualquier barcelonés pasa casi escabulléndose para evitar la cuerda de turistas que bloquean el tránsito), se esconde una historia "novelesca", entonces empezamos a mirar y sentir la ciudad desde otra ladera. Y por eso algunas tardes (sobre todo ahora que empiezan a anunciar la primavera), nos animamos a volver a transitar las calles de nuestra ciudad y a descansar en sus plazas y a repasar con asombro las fachadas, perdiéndonos en los huecos.
Es lo que recientemente me ha sucedido con los paseos de Héctor Oliva o las Veinte historias de la Barcelona Americana... y una pregunta descarada, editado por la Editorial Base, a finales de 2008.

Es una delicia: lo mismo nos habla del dedo desviado de Colón, de los grandes indianos locales que, con el tráfico negrero, alzaron edificios emblemáticos de la ciudad condal, del holding Comillas y el palacio Moja, del viaje que desde Méjico realizó el ingenioso tapón de "corcholata" a los Hogares Mundet, de la virreina que nunca fue tal, del "yankee" Garchitorena (el primer escándalo del Barça), de la mítica visita de la Perona y cuanto acontecimiento onomástico generó doña Evita, o de la tragedia de los mareenes norteamericanos en los años de la transición, suceso que aún recuerdo con claridad.
Pero si de estas veinte historias tuviera que seleccionar una o dos, tras arduas deliberaciones conmigo misma, es probable que eligiese la titulada "La Rambla de Machín: diez espacios para unas maracas", que cuenta la llegada de Machín a Barcelona en abril de 1939 (¡imaginen qué desolado y trágico lugar encuentra!), huyendo de la amenaza de los nazis en París. Porque el famoso autor de El manisero (de la que llegó a vender un millón de copias), ya había triunfado en Nueva York y otras ciudades europeas, pero en España no se lo conocía. Los inicios no fueron fáciles: el primer local donde cantó nada más llegar fue el Shanghai, un baile-taxi (espacio que sale en alguna novela de Marsé) después rebautizado como Sala Bolero, donde se ofreció a trabajar gratis un fin de semana. El impacto fue tal, que el dueño lo contrató para el finde siguiente, pagádole 25 pesetas por jornada (los obreros ganababan 4 rubias: habían acabado los buenos tiempos de la guerra, cuando la CNT controlaba el sindicato de espectáculos y todo el personal cobraba igual, desde la vedette a Madame Pipi, la señora de los lavabos, medida que soliviantó a unos cuantos artistas como lo era entonces la mejicana Margarita Carvajal, que al enterarse de las novedades, revolucionarias, replicó desafiante:
"Pues entonces que enseñe el culo el acomodador".
(Disculpen la digresión: cosas de la memoria. Sigo con el artista.)

Después Machín cantó en La buena Sombra, pero, tras instalarse en Madrid, no dejó tirado a su fiel público barcelonés para el que al menos cantaba una vez al año: en el Rigat, el Gato Negro, La bohemia... El estreno mundial de Angelitos negros fue en el Novedades, en 1947.


Unos treinta años después (hacia 1977), un artista impar, Ocaña, rendía homenaje a Machín en la exposición que instaló en la Capilla del antiguo Hospital de la Santa Creu, por cuyas bóvedas flotaba un angelito negro.
Luego, ya con la democracia y la normalidad, en la Barcelona americana aún sucedían rarezas.
"¡Alcalde, alcalde! Ya están aquí los californianos" relata una anécdota muy propia del querido y añorado Pasqual Maragall.
¡Qué delicia!
¡Lean, lean!

Y atrevánse a responder a la pregunta descarada que se formula al final.

¡Hasta el próximo fin de semana!

viernes, 13 de febrero de 2009

MONTSERRAT

La noticia leída hoy en la edición de Cataluña de El País sobre un nuevo desprendimiento de una roca de 12 toneladas en la carretera de acceso a Montserrat y, en la página siguiente, la crónica de Francesc Arroyo que habla de "La soledad montserratina", me ha llevado a recordar un hermoso libro de Antoni Batista publicado recientemente (en la editorial barcelonesa l'arquer): Montserrat: els misteris de la Muntanya sagrada.

La estructura del libro (siete jornadas de meditación y retiro) y los títulos de los diferentes apartados son ya de entrada muy sugestivos: Matines, Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas... Pababras de indiscutible belleza eufónica que en sí mismas evocan la lejanía histórica y cultural que el autor va acercándonos en un relato vivo y ameno.

Admito sentir una tierna debilidad por esa montaña, que pisé por vez primera en una de las típicas excursiones escolares. Recuerdo con claridad el estremecimiento que me sobrevino allí (pese a conocer bien los abruptos paredones de la montaña astur, de donde venía), ante aquella inmensa soledad. De adolescente me autoprohibí Montserrat por aquello de la cosa política: nada que ver con las gestas pujolistas ni con la exaltación místico-nacionalista.

Después fui creciendo. Y averigüé que la impresionante escena del "descenso de la montaña" (en la que se rescata el cadáver de un piloto republicanos abatidos en una difícil misión), de Sierra de Teruel, el mítico film sobre la Guerra Civil que André Malraux filmó en el otoño de 1938, había sido filmado en el vértigo de ese gran desgarramiento de rocas, con su brillo de plata: la sierra de Montserrat o las "arrugas y cicatrices del planeta".

Porque después seguí creciendo y descubrí un hermoso e inquietante poema del surrealista André Masson (que es quien aparece en la foto), fechado en Montserrat, en diciembre de 1934:

Una noche en Montserrat

De lo más alto de la montaña, en este fin de tarde por segunda vez descubro la tierra al desnudo. Sierras frotadas de miel, lustrosas de plata. Color del grito de los cuchillos. Chirrido de la seda desgarrada. Un río verde. Mordiscos milenarios del agua, Arrugas y cicatrices del planeta. Olor a durillo y terrible silencio.

Sol carnoso en una espuma de sangre. Cataratas de nubes que cubren lentamente Manresa. La noche arropada en pliegues fúnebres.

Perdidos en la montaña. Colgados a dos pasos del abismo. El Vértigo celeste, en las caídas de estrellas. Siento en el interior de una esfera, encerrados en un mundoi "finito". La corona de angustias de perlas negras, hielo ardiente hacia las tres de la mañana. Toda la noche cerca de nosotros un gusano reluciente y, lejano, el grito de un grillo.

Liberación al alba. A la vuelta, ascensión del sol (majestad de su movimiento). Yo surjo de las nubes y galopando hacia el este como un rebaño expulsado a latigazos por un viento furioso.

Esta noche ha nacido un cordero en una cuna de zarzas.


Y un segundo poema, "Desde lo alto de Montserrat", que podéis leer en los Textos sobre España (un delicioso tomito editado por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en 2004) y que no voy a transcribir porque...

...el tiempo vuela. Y agradeced a mi hijo Nico su colaboración especial en el tema de las ilustraciones.

Hasta la semana próxima.

viernes, 6 de febrero de 2009

HORÓSCOPOS LITERARIOS

En una de esas fiestas alocadas previas o posteriores a las celebraciones navideñas, y con intención catártica, nos juntamos un grupito heteróclito de amigos so pretexto de celebrar varios aniversarios que... Por las fechas, correspondían a los estelares Sagitarios que, allí reunidos, hicieron piña, envalentonados, y cantaron las excelencias de su signo.

Había entre la concurrencia algún tímido acuario y otros signos discretos (libra).
Ninguno de los míos: Virgo. De modo que, sin teloneros que me cubriesen, ni ganas de batallar, nada dije en público sobre tan delicada cuestión. Me limité a sonreir.
En casa, con calma, revisé algunas apuntaciones sueltas sobre el tema.
Tolstoi era Virgo, del 28 de agosto.
Y Julio Cortázar.
Y Javier Marías... que sigue contando.
Ha sido la noticia del hallazgo de numerosos inéditos dejados por el escritor argentino, leída hoy en El País, lo que me hizo recordar la charla astrológica y buscar lo que aquel día no podía contarles y hoy sí: la carta astral que Blaise Cendrars (un clásico contemporáneo de las vanguardias francesas) reproduce en su delicioso libro Trotamundear (Alianza Editorial, 2004, pp. 257-259), tal como figura en el semanario La Bataille (3-IX-1947), firmada por Abel Leiga, y de la que extraigo algunos párrafos.


"Virgo, signo de belleza, que hace a las mujeres singularmente bellas y atrae a menudo a los hombres hacia su persona, ocupa en el Zodíaco el círculo inmenso en el que ruedan nuestros destinos, la sexta Jerarquía que gobierna el trabajo y sus frutos, la cosecha representada por la Espiga, la Gran Obra, en una palabra.
"Este signo, de naturaleza magnética, atractiva y femenina, favorece a las mujeres. Pertenece al elemento Tierra, está representado por una divinidad cuyos atributos, el Sol y la Espiga de trigo, son precisamente los de la resurrección.
[...]
En una época lejana, este signo personificó la Edad de Oro, la del reinado de Saturno, el Tiempo, representado en forma de serpiente que se muerde la cola, como si regresase de donde viene, para mostrar el ciclo perpetuo de la vida.
"El signo de Virgo está representado por un símbolo que tiene aproximadamente la forma de la letra "m", con tres pies, a la que se une la letra "p". Este signo es una alteración de las letras hebraicas Koph y Tau ...]. En la Cábala, Koph representa el espíritu de Júpiter. Corresponde al arcano XIX, el de la Inteligencia planetaria, de la Verdad, de la Luz resplandeciente. [...] En cuanto a la letra Tau , el espíritu planetario del Sol, corresponde al arcano XXII, el del resultado, el éxito, la fortuna mediante el trabajo. [...] Su valor numérico es el 400, número que corresponde a la afirmación de la voluntad.
"Tal es la "Genealogía" de los nativos de Virgo.
"Viniendo de quienes vienen, se comprende que los hombres pertenecientes a ese signo detesten la vulgaridad [...]. Sus trabajos son prácticos, utilitarios, de carácter perfecto. Ahí radica su gran perseverancia intelectual. [...] De pensamiento vivo y activo, aprenden con una facilidad asombrosa. Tienen una fuerza temible sobre los demás, la de la persuasión"

Y ahora vienen las líneas que más me han conmovido y preocupado:

"pero como son sensibles a su vez a las influencias exteriores, debilidad a la que los predispone su naturaleza magnética, siempre serán llevados al mal camino cada vez que pierdan el juicio".

Y otra cosa que me ha encantado de mi retrato astrológico según Abel Leiga es la siguiente afirmación:

"Como asimilan el saber sin esfuerzo, se adptan maravillosamente a las situaciones nuevas. En general, cambian frecuentemente de empleo o bien su oficio, que está bajo la influencia de la "transformación", se renueva contantemente. Éxito brillante en la gestión de un restaurante".

¡Por fin una certeza para alguien cuya "vida se basa en cuatro palabras: Saber, Querer, Osar, Callarse".

Creo que me falta aprender lo último.
Aunque desde que un muy querido amigo próximo a Juan Benet me contó que el brillante escritor (que vivió unos cuantos años en la muy ovetense calle Uría) dijo que los asturianos somos "locos transparentes", no estoy mucho por la labor, la verdad.